lunes, 1 de enero de 2007

El poema del rey

Había una vez, en un país oriental, un rey poeta, a cuya mente asaltaban las metáforas, día y noche. Un día se fue al campo en busca de la musa para que le inspirase el poema de su vida. Para sentirse más bohemio, se vistió de juglar y se adentró en un bosque. Allí experimentó hambre y sed; él se dijo: "creo que soy un hombre deseo". Entonces interiorizó su mirada, porque quería ver lo que guardaba dentro de su corazón. Se recreó con calma en su paisaje interior, mientras captaba cuanto había en su entorno y regresó a Palacio. Aquella noche compuso este poema:
“Los ojos me lloran penas/ cuando agoniza la tarde;/ tengo una espina clavada/ y no me la quita nadie./
¿Dónde está el sol, que la noche/ no me deja ver la nave,/ teniéndome prisionero/ los cerrojos de mi cárcel?.”
Hasta aquí llegó su inspiración, no siendo capaz de continuar. El rey se quedó consternado por todo aquello que contenía el vaso de su vida. Le quitaban la tranquilidad aquellos interrogantes, para los que no tenía respuesta. Y vivió días preocupantes y noches sin sueo, pero no consiguió continuar ni terminar el poema. Sin embargo, logró algo tan importante como descubrir su limitación.
Sucedió que lo que no pudo conseguir como poeta, intentó alcanzarlo como rey. Así pues, llamó a su primer ministro, que se presentó en Palacio, y le dijo:

Esta noche he compuesto un poema pero no lo he podido terminar, espero de ti, que eres mi fiel servidor me prestes el servicio de terminarlo.
Pero el primer ministro contestó al rey:
Majestad, podéis pedirme la sangre de mis venas, y os la daré, pero no sé componer ni un solo verso, por lo que no puedo terminar vuestro poema, ni aun tampoco podría comenzar otro.
Pues busca entre los poetas de mi reino quien termine el poema.
Lo haré, señor.
El primer ministro nombró una comisión de buscadores, que recorrió todo el país, pero no consiguió encontrar un solo poeta que completara el poema del rey.
El monarca se afligió mucho, no sólo por ver su poema incompleto, sino por saber que en su pueblo no había poetas inspirados.
El primer ministro, que vio a su rey sumido en la tristeza, quiso sacarle de aquella situación, y le dijo:
Majestad, yo creo que en vuestro reino hay muchos y grandes poetas, pero creen que es una osadía inaudita querer colocarse a la altura de su rey. Sin embargo, pienso que este asunto se arregla tan pronto como os caséis, porque al poema le falta su complemento, como al rey.
Ya lo he pensado yo contestó el rey.
El primer ministro se fue muy ufano porque creía haber hecho a Su Majestad el mejor de los servicios.

Un día, inolvidable para él, cabalgaba el rey en su caballo blanco acompañado por su perro negro. El caballo se llamaba "Palomo", y el perro "Marqués". Iban por un campo de encinas, acespedado, suave y apacible. Caminaba despacio, nutriéndose del sosiego y del paisaje. De pronto percibió algo misterioso y halagador: una canción lejana, envuelta en una dulce voz. El rey detuvo su caballo y escuchó:
“Yo quiero ahuyentar tus penas/ con el viento de mi talle,/y llevar tu espina mala/ hasta el fondo de los mares;/
Ser antorcha, ser paloma/ de luz que surca tus calles,/ y carcelera que abra/ tus candados con su llave”.
"¡Vaya!, se dijo el rey; por fin hay un poeta en mi país que ha completado mi poema". Y se sintió orgulloso de ser el rey de un pueblo culto.
Encaminó sus pasos hacia el sonido que había llegado a sus oídos, anhelando conocer al poeta afortunado, para pagarle como merecía e invitarle a la Corte. Anduvo bastante tiempo por aquel ancho campo sin descubrir nada. Y siguió andando y andando, sin hallar al autor de la voz.
Por fin, a lo lejos, en una romántica vaguada vislumbro la policromía de unos bultos que surgían como si brotaran de la tierra. Se fue acercando, cauteloso e impaciente, siguiendo el susurro de la voz que lo atraía de modo irresistible. La canción llenaba de entusiasmo su corazón de poeta, mientras los versos resonaban en el valle: ”Yo quiero ahuyentar tus penas/ con el viento de mi talle/ ...”
"Palomo" se lanzó a un galope alegre, siguiendo la ruta marcada por "Marqués". Aquello que el rey había visto a lo lejos, iba aumentando de tamaño, hasta convertirse en una radiante pavera, rodeada de una mansísima pavada. El rey quedó deslumbrado ante la belleza y la gracia de la doncella, mientras se apeaba del caballo.

Hola, paverita saludo el rey.
Hola majestad, -contestó la pavera.
El rey discurría si aquella joven, además de mujer y de pavera, sería poeta; por eso le preguntó:
¿Es tuyo el poema que has cantado?.
Ya es tuyo, porque lo he compuesto para ti contestó ella.
Tu gesto me halaga; será complemento del poema del rey y lo conocerá todo el mundo.
Ella bajó la cabeza y se le encendieron las mejillas.
El rey se le acercó, le tomó la mano y le preguntó:
¿Crees tú que puedes ser el complemento de mi vida?
Si tú quieres, sí.
¿Por qué lo crees?
Porque los dos poemas encajan y forman una unidad; así pues, no son dos sino uno solo explicó la pavera.
Entonces dijo el rey:
Esta respuesta es digna de una reina. Pues lo seréis. Os invito a que me acompañéis a Palacio y a que os caséis conmigo.
Acepto la invitación dijo ella.
El rey, con soltura y suma habilidad saltó a la silla de su caballo; luego ofreció el estribo y sus propias manos a su prometida, que subió a la grupa como en volandas; y cabalgando precedidos por el perro y seguidos por la pavada, se encaminaron a Palacio.

El recorrido fue un verdadero homenaje al Señor de la Vida y autor de la Naturaleza, porque a Él se debía aquella realidad de amor que estaban viviendo, para satisfacción de sus más grandes anhelos. Realidad que se vertía en cada uno de los ciudadanos de su reino.
Y ya en el Palacio Real, celebraron las bodas, que tuvieron inusitado esplendor y extraordinaria resonancia en todo el país.
Los pavos, que sacrificaron su vida gustosos por su ama y pavera, hicieron las delicias del paladar de los distinguidos comensales. Asistieron al banquete reyes y paveros de todos los países del mundo, y se sabe que la bellísima reina pavera, recordando a su amable pavada, tuvo numerosos "paveritos" y una acendrada solicitud por todos sus súbditos.