sábado, 30 de diciembre de 2006

Convivencia rota

Jorge cierra la puerta de su almacén y se dirige a la plaza de las flores, que cruza todos los días, camino del trabajo. Allí, en esa plaza céntrica y recoleta se encuentra con Luis, el amigo de siempre.
El ánimo de Jorge está por los suelos; por eso, en medio de su tristeza, este encuentro le sirve de gozo. La presencia de Luis, pone en su vida en aquel momento, un poco de esperanza.
Ambos amigos se dirigen una palabra amable y se saludan efusivamente.
-¡Hola, Jorge!. ¿Ya dejaste el trabajo?, le preguntó Luis, mientras observaba la angustia en su rostro.
-¡Sí, ahora mismo!, contestó Jorge, que se esforzaba por mostrar una alegría que no experimentaba.
Que tal estáis, preguntó Luis intencionadamente, porque conocía los hondos problemas familiares que sufrían en su casa.
-Bien, contestó Jorge, dudando de lo que contestaba.
-Bueno, pero dime cómo están las cosas. Cuéntame la verdad, porque yo sé de tu sufrimiento y quiero ayudarte en lo que pueda, insistió Luis.
Entonces Jorge, afirmándose en sus criterios, contestó a Luis de esta manera:

-Habrá que ir por partes. El negocio marcha bien, en cuanto que nos da lo suficiente para vivir. Pero no puedo decir lo mismo de la familia, porque hoy mismo he tenido un disgusto horrible con mi hijo Esteban.
Luis y Jorge se conocían desde niños. Siempre fueron amigos. Luego se casaron, y siguieron cultivando la amistad ambas familias. Luis de carácter más abierto, visitaba mucho la casa de Jorge y conocía su historia. Sabía que Jorge estaba viviendo, en toda su hondura, un horrendo drama, y que su vida se debatía sobre un abismo; por eso, compadecido preguntó:
-¿Otro?, ¿Otro disgusto?.
-Sí, otro.
-Por qué ha sido ahora.
-Porque no quiere estudiar.
-Pues que trabaje en el almacén contigo.
-¡El almacén no le gusta!.
-¡Toma! pues algo tendrá que hacer, si quiere comer.
El rostro de Jorge mostraba una gran decepción, y sus palabras salían de sus labios lánguidas y frías.
-¡Dice que quiere ser guarda forestal!.
-¿Guarda forestal?, -preguntó Luis muy sorprendido, al escuchar algo que no esperaba.
-¿Qué te parece?. ¡Un hijo sólo que tengo, guarda forestal!.
¡Trotando por los montes, como las alimañas!. Pues te aseguro que no
será así. ¡No lo permitiré!. Quiero que haga una buena carrera. Tendrá que ser arquitecto, médico o magistrado. Desde que era niño, tomé la firme decisión de hacer de él un hombre de prestigio; sin embargo ahora veo cómo se desmoronan mis esquemas y se destruye mi vida, en la misma medida en que me defrauda con su comportamiento; porque no puedo soportar que mi hijo se quede en un “don nadie”.
- Si, eso ya lo sé, Jorge; pero quiero decirte, porque me encuentro en la obligación de hacerlo, y no lo consideres como una intromisión, que tengas cuidado y obres con mucho tacto en este asunto. ¡Te mueves en un terreno muy delicado!. Presiento que te estás equivocando. ¿No será más fácil, dejar que Esteban estudie la carrera que le guste?. Pues eso es lo que creo razonable y acertado. ¡Aquella que él quiera!. ¿No la va a ejercer él?.
-Mira Luis, Esteban no me entiende.
-Ni tú a él, Jorge.
-¡Pero si yo quiero lo mejor para él! ; en cambio él, aspira a lo peor. ¡Va a ser un desgraciado!. Sabes que hemos sido amigos toda la vida, por eso te descubro todo lo que hay dentro de mí. No tengo más que este hijo, quiero que se sitúe bien en la vida; que llegue a ser una personalidad aunque me cueste sacrificio. Estoy dispuesto a trabajar día y noche, si es necesario, para que él llegue a ser un hombre importante.
- Espera, Jorge, porque no entiendo bien lo que me estás diciendo.

Pienso que todo esto exige ideas muy claras. No sé, pero me temo que no disciernes bien esta cuestión que te plantea tu hijo Esteban. Esté o no en lo cierto, yo te digo una cosa.
-¿Cuál?.
-Que tu hijo es el responsable de su vida y que solo a él corresponde edificarla. Jorge, por nuestra amistad, no se la quieras manipular tú. La profesión de un hijo, no es algo que el padre deba imponer, sino una forma de vida que el hijo debe elegir y él aceptar.
-Por lo menos, lo podré orientar. Orientarlo es procurar lo mejor para él.
- Muy bien, Jorge. ¿Y qué es lo mejor para él?. ¿Tú lo conoces?.
¿Lo sabes?.
- No querrás decir que un oficio como guarda forestal es lo mejor para él. ¡Andar por caminos de cabras, vigilando el monte!. Pienso que es peor que dirigir una clínica o construir un magnifico edificio.
- Por el amor de Dios, Jorge, que ni la clínica, ni el edificio dan la felicidad. Lo que hace feliz al hombre es el amor que pone en aquello que realiza. Y no se trata de conquistar en la vida una posición social determinada, sino en aceptar contentos aquello que tenemos. Lo que importa es que el muchacho dedique su esfuerzo a un trabajo agradable para él; de lo contrario, su tarea le será ingrata y quizá hasta amarga.

Luis hizo ademán de marcharse, y mientras miraba el reloj exclamaba:
-Mira Jorge, se me hace tarde y me espera en casa la familia, porque es el cumpleaños de mi hijo Elías. Seguiremos hablando en otro momento, si no te importa.
-Bueno, como quieras -contestó Jorge-, hasta luego.
Ambos emprendieron la marcha, cada uno hacia su propio domicilio.
Jorge estaba obsesionado. Vivía tan intensamente su problema, que ni se dio cuenta de felicitar a su amigo que celebraba con mucha alegría el aniversario de su hijo. Y caminaba, rumiando en su mente, una frase que Luis le había dicho días antes: “mis hijos construyen su vida y yo les ayudo”.
Pero aquello no lo asimilaba Jorge. Desde que Esteban era pequeñito, lo vio como una prolongación de su persona, a la que tenía que conducir como si fuera él mismo. Absorbía como si fuera suya la vida de su hijo y recibía los éxitos y los fracasos de Esteban como propios.
En cuanto a que el muchacho trabajase en el almacén, estaba claro que a este no le gustaba, pero tampoco a Jorge le agradaba que Esteban le sucediera en el negocio. Y no era difícil adivinar el motivo. Jorge arrastraba una frustración por lo que él consideraba el fracaso de su vida.

Como se creía inteligente, le hubiera gustado ser un genio o por lo menos destacar por su categoría social o por su cultura. Le seducía estar dotado de inspiración que le permitiera escribir una obra maestra de Literatura o de Historia; en una palabra, dar satisfacción a su desmesurado afán de protagonismo. Por eso quería que su hijo llegara a alcanzar la importancia que él no había podido conseguir, y desde el primer momento, hizo todo lo posible para que Esteban empezara a estudiar derecho, siguiera la carrera judicial y se convirtiera en el flamante magistrado, que era su sueño. Pero el chico empezó a estudiar derecho obligado, y como no le iban las Leyes, todo aquello se convirtió en una comedia para engañar al padre, que poco a poco fue descubriendo la farsa.
El matrimonio de Ana y Jorge, padres de Esteban, no ofrecía nada extraordinario, aunque si era excesiva la debilidad que Ana sentía por su hijo, al que nada negaba, pues no teniendo otro, volcaba su afectividad en él, que era una forma de amarse a sí misma.

Con su marido que la culpaba de que el muchacho no estudiara, procuraba no enfadarse, cosa que conseguía casi siempre, siguiendo la corriente, pero llevando a cabo sus propias decisiones. A ambos los separaba una relación de profunda tibieza. Ella se ponía siempre del lado del chico, sin aparentarlo. Lo defendía y justificaba siempre; y por salvarlo, no le importaba mentir a su marido. Así, este vivía en el engaño, sobre la verdadera conducta de Esteban. Ana tenía salidas para todo y unas veces, le decía que estaba estudiando en casa de otros compañeros; otras, que le había pedido permiso para venir tarde, e incluso para pernoctar fuera de casa. Sin embargo, Jorge se enteró de que Esteban se había matriculado, pero que tenía en blanco los exámenes correspondientes.
En estas circunstancias, la convivencia llegó a una situación insostenible. Los frágiles lazos de amor que les podían unir, habían desaparecido por la incomprensión. La barca de la familia amenazaba naufragar en cualquier momento. Era una convivencia rota.
Un día fue Luis a visitarlos en un momento de tensión limite. Al entrar, los tres se quedaron como paralizados. Aunque trataban de disimular, no era posible deshacer en un instante el odio que, como bloque de hielo, flotaba en el ambiente. Luis captó en el acto todo aquello; luego sereno y enérgico se dirigió a los tres:
-Pero ¿qué pasa aquí?, ¡Jorge, Ana, Esteban!.
De momento todos quedaron callados, aunque no tardó en reaccionar Esteban.
-Lo que pasa aquí es que esto es un infierno y ninguno nos soportamos. Yo no aguanto más; o me quito de en medio de una vez, o me voy para siempre de esta casa.
-¡Será sinvergüenza!- gritó Jorge.
Te felicito Esteban por tu respuesta, intervino Luis. Ha hablado en ti la sinceridad, que es un buen camino para llegar a conocer la verdad de vuestra vida; la realidad de vuestra situación. Yo ya la conocía y sé que en el fondo, sois esclavos de vosotros mismos; de vuestras malsanas tendencias y egoísmos, que os atenazan y dominan. A Jorge le quita la libertad el ansia de destacar y de sobresalir, y como no puede encumbrarse por sí mismo, quiere manejar a la familia según sus horrendos criterios, pretendiendo que todos hagan su voluntad. Aspira, y lo busca por todos los medios, a que su único hijo, escale las más altas cimas sociales para vanagloriarse él, aunque haga de Esteban un desgraciado.
Ana, también tiene su verdad. La verdad de Ana es que la ciega el egoísmo que hay en su corazón, pues jamás ha sido capaz de dar un poco de amor a los que conviven con ella, y que hubiera salvado la familia; no ama a nadie; solo a ella; su amor propio le quita la paz.
Y tú, Esteban, te mueves en medio de una irresponsabilidad perniciosa y culpable que a tu edad ya tenías que haber superado. Tu error consiste en anteponer tu propia vida a todo cuanto te rodea, como si fuera lo único y primordial. No olvides que la Vida, con mayúscula es de todos. La nuestra es algo pequeño en el concierto de la Humanidad, y solo se puede valorar por lo que aporta a la Comunidad, no por lo que chupa de ella.

¡Me alegra el haber venido ahora, porque pienso que realmente me necesitabais!. No deseo pediros nada, pero si quiero entregaros en este momento algo que siempre os he ofrecido y que es lo único que os puedo dar: mi verdadera amistad.
Antes de marcharme, os la dejo aquí, como respuesta a vuestra situación difícil, a fin de que os haga amigos a todos. Para que cada uno dé a los otros lo que tenga que dar y renuncie a lo que tenga que renunciar. Así podréis escucharos y conseguir el acercamiento entre todos, mientras os liberáis de cuanto os separa.
Luis comprendió que no podía hacer otra cosa; por eso reflexionó de esta manera:
- Me voy impresionado por la idea que bulle en mi cabeza y que me está preguntando: ¿Cómo será la paciencia y la bondad de Dios, que nos acepta y ama a todos con nuestra perversidad?. Porque los demás también tenemos nuestros defectos, y Él no se cansa de nosotros.
Cuando se fue, cerró la puerta con suavidad, con la esperanza de que la semilla que había sembrado en aquellos corazones, diera el fruto de una eficaz reconciliación.