sábado, 30 de diciembre de 2006

Feliz esperanza

I

Tenía dieciocho años y estaba convencido de que había nacido para dominar toros. Lo llevaba en la sangre. Lo sentía dentro. Por eso convoqué a la familia en el cobertizo de la casa y le di cuenta de la decisión que tomaba, después de madurarla mucho tiempo.
-Me voy a la dehesa de Las Colinas con los toros. Me gusta el “ganao”, padre. Aquí os dejo a vosotros, que sois los míos, labrando esta tierra nuestra a la que queremos como a una madre, aunque algunas veces sea madrastra.
Todos los de la casa me rodeaban, y estaban asustados, porque barruntaban ese mundo fascinante al que me acercaba, que forma la frontera entre la vida y la muerte.
Mi padre me dijo con toda seriedad:
-_Es muy expuesto, hijo, siempre estaremos sobresaltados!
-Me gusta el riesgo, padre, porque está hecho de emoción y grandeza. Presiento que entre una y otra cosa se encuentra mi vocación. _Tranquilizaos! Estaré con los ojos muy abiertos. Me llevo a Encinosa conmigo, este pueblo mío que siempre será inseparable de mí. También os llevo a vosotros en el corazón, porque os quiero. He de conocer el toro de nuestras dehesas, al que se lidia en las plazas, adonde se da cita las grandes emociones y las grandes tragedias. Seré mayoral. Alcanzaré la gloria o tal vez la muerte. Pero no podemos guardar la vida para nosotros, porque solo vale para entregarla en una de las muchas formas de hacerlo.
Yo tenía hecho el corazón de tierra arenosa: el agua del amor lo ablandaba en extremo, y el sol de la prueba lo endurecía al máximo. Por eso se conmovió al sentirse arrancado de la familia, en el momento en que mi madre me besaba y se despedía con lágrimas. Pero todos vieron cómo pude vencer los sentimientos y marchar resuelto, siguiendo la fuerza del destino.
II

Todo el camino fui pensando en lo conocido que dejaba y en lo desconocido que trataba de descubrir. Me daba cuenta de que lo que me esperaba, era justamente el misterio de la vida a lo que siempre se enfrenta el hombre. Todos dejamos atrás nuestras vivencias de cada día para enfrentarnos con lo que nos está esperando detrás de la esquina del mañana.
Noté que caminaba gozoso. Tenía la dehesa al alcance de la mano, con todas las cosas que hay en ella. Me fascinaba pensar en las tareas que allí se desarrollan, incluso la del mayoral, que intenta conseguir un toro de casta, trapío y bravura que dé fiesta en la plaza.
Yo quería descubrir todos los secretos de la dehesa, para llegar a conocer al toro. Aspiraba a saber cómo reaccionaba en un momento o en otro, para yo adelantarme con mi respuesta.
Caminaba sólo por el camino. A un lado y al otro, los cercados poblados de encinas recias, en un día deleitoso y apacible, ponían en mis pupilas el azul y el verde de la vida: un mensaje de esperanza en todas las cosas, y de fe en mí mismo.


III

-Buenos días, amo. Aquí estoy para ponerme a su servicio- le dije al ganadero a la puerta de su casa.
El contestó:
-Bien, ¿y qué servicios me ofreces, muchacho?
-Los de mayoral.
- ¿Te encuentras con valor, talento y tacto para ese trabajo? ¡Piensa que es la tarea reina de la dehesa!.
-Si, amo, todo eso lo vengo cultivando cada día en mi mente, y le prometo que trataré de alcanzar el nivel de preparación que se me pide.
-De acuerdo, Esteban. Luego te presentare a Doro, el mayoral que se jubila, para que te ponga al corriente de todo, en tu cometido hasta que te hagas cargo de la torada.
El ganadero me mostró parte de la dehesa, haciendo un recorrido por las cercanías de la casa. Visitamos el cercado de las vacas paridas, que estaban bebiendo en la ya mermada charca. Las madres, con buenas carnes, lucían una capa lustrosa, y los retozones becerros se encaraban con nosotros, desafiantes con la cabeza alta. Yo me quedé mirando aquellos chotos, y pensaba que tal vez un día formaran parte de mis inquietudes profesionales.


IV

La figura del mayoral me impresionó por su austeridad. Revelaba las muchas fatigas y emociones vividas. Le salían al rostro los vientos y los soles que le habían curtidos su piel. Hombre parquísimo en palabras, aunque amable: alto, seco de cuerpo y de aspecto cansado.
Me llevó al cercado de los toros, que estaba un tanto aislado. Ambos lo recorrimos a caballo. Era mi primera emoción. El me iba hablando, no mucho, pero cuando los hacía me dirigía palabras muy pensadas y de gran contenido. Yo escuchaba atento, en silencio, sintiendo dentro de mi todo lo que entraba por mis sentidos, que eran muchas cosas a la vez.
Aunque había montado muchas veces a caballo, comprendía mi torpeza, y que necesitaba adquirir la experiencia necesaria para manejar con soltura animal tan fiel.
“ El caballo- me decía el anciano, - debe estar hecho al mayoral y el mayoral al caballo. En el trabajo con los toros, los dos deben pensar, sentir y querer al unísono; es decir, ambos deben tener una sola voluntad.
Al caballo se debe llevar con sabiduría y dominio, pero siempre respetando su natural manera de moverse. A los toros siempre nos debemos acercar con ojos vigilantes, porque nunca sabemos dónde puede surgir el peligro”.
Cuando decía esto, avistamos los toros. Estaban quietos, pastando en la pradera. Aparecían tranquilos y mansos como corderos de rebaño. Los contemplamos de lejos, mientras él seguía hablando.” El toro bravo es el animal más noble que conozco, pero la muerte va con él. En él se encuentran vida a raudales y emoción infinita. Cuando está solo con el hombre enfrente, se defiende con todas sus fuerzas, y para no morir, mata. Es el instinto de defensa que acompaña a todo ser viviente. En su campo y en su casa, que son la dehesa y el cercado, el toro se mueve por querencias. La primera es la del grupo, la torada que llamamos nosotros, porque ellos se conocen, se respetan y se quieren. Aunque se peleen entre ellos, permanecen unidos. Si viniera un extraño, por muy fuerte que fuera, se unirían todos para defenderse y reducirlo. La querencia más dominadora es el pastizal o bien el comedero donde el animal se nutre y de donde no es fácil arrancarlo mientras no quite el hambre. Otra querencia es la charca, que lo llama imperiosamente cuando la sed hace presa dentro de él. También lo atrae la majada lugar de la dormición y el descanso”.
Nos dirigimos a los toros, que a mí me iban infundiendo más respeto a medida que nos acercamos. Mientras los observamos, Doro me explicó cuanto se le ocurrió sobre ellos, que fueron muchas cosas provechosas para mi. Al caer la tarde volvimos a casa.


V

Por aquellos días viví un feliz acontecimiento que fue decisivo para mí; el conocimiento de Rosana, la muchacha que llegaría a ser mi mujer. El hecho sucedió en la romería del Cristo de Cabrera, tierra emblemática de encinas robustas, vigilantes de la suave pradera. Lugar lleno de paz silenciosa. Allí está el Cristo Milagroso en su vieja ermita, en medio de aquel campo evocador que llega al alma como susurro eterno.
Allí conocí a Rosana. Todo fue rápido porque tenía las ideas lúcidas que señalaban claramente el rumbo de mi vida. Rosana me gustó. Vi que llenaba las apetencias de mi corazón. Había surgido entre los dos el amor que nos iba a unir para siempre.
Dialogamos juntos por un sendero esperanzador.
- Rosa, ¿quieres venirte conmigo a la dehesa?
- ¿Para siempre?
- Sí, conmigo para siempre.
- Tonto, no me caes mal, pero eso de para siempre, hay que pensarlo mucho.
- Pues ya lo puedes ir pensando, porque quiero que te cases conmigo.
Rosana inclinó la cabeza y no contestó. Los dos vimos claro el camino que se abría ante nosotros para que lo recorriéramos juntos. Ya desde entonces, nuestras vidas se fueron acercando un poco más cada día. Luego nos casamos. Esto fue, andando el tiempo, otro día en la misma ermita, a los pies del Cristo, donde nos unimos en matrimonio.
Desde entonces, serían las dos pasiones de mi vida: el amor a Rosana y mi vocación de mayoral. El toro significaba mi trabajo, mi brega, mi dedicación; Rosana, mi apoyo, mi refugio, mi totalidad: porque ella era todo lo que a mi me faltaba. Así alternaban Rosana y la casa donde se daban las grandes vivencias sentimentales, con el cercado y los toros, escenario de mis desvelos y aspiraciones, al lado de Doro, el maestro y viejo mayoral.



VI

Estábamos reunidos junto a la torada. Eramos un grupo de tres hombres y cada uno montaba su caballo: el ganadero y los dos mayorales. El amo quiere dar solemnidad al acto con su presencia y lo comienza así:
- Bueno, ustedes tienen la palabra.
- Si, por mi parte misión cumplida- dijo Doro-; tengo que decirle a usted, amo, que dejo los toros con un buen mayoral. Estoy seguro de que está más capacitado que yo. Conoce los toros no solo por su nombre, sino por dentro y por fuera, con las peculiaridades de cada uno. Llegará a ser un gran maestro en el oficio y conseguirá corridas que den fama y prestigio a la ganadería.
- Pare el carro, Doro, que se está pasando en los elogios que me hace-, le dije yo. Se los perdono porque esos son los méritos que a usted le acompañan y que usted me ha transmitido. Yo soy un hombre normal, con buena voluntad, nada más.
- Bueno, amo, yo le doy la alternativa.
- Y yo soy testigo- rubricó el ganadero.
De esta forma, me hice cargo de la torada y quedé confirmado mayoral de la ganadería de Las colinas.


VII

Un día cuando llegué a casa, con algún retraso sobre la hora habitual me recibió Rosana con estas palabras:
- _Se me van a secar los ojos de tanto mirar el camino, esperándote cada día, con la mesa puesta, a mediodía o por la noche, hasta que te veo llegar!.
- Pero se tornan tiernos y húmedos por la emoción cuando estoy contigo, porque sabes que te quiero. No sé porqué me parece que guardas algún secreto dentro de ti, que te cuesta desvelar. Quizá por eso te impacientes esperándome.
- ¡Quizá, quizá!
- A ver, pues ¿de qué se trata?
- Habrá que esperar, Esteban. ¡Ten paciencia!
- Bueno, Rosa, la tendré. ¡Ojalá se confirme lo que pienso!
Cenamos, nos acostamos y antes de visitarnos el sueño, Rosa me preguntó:
- ¿Qué tal los toros? ¿Te dan muchos problemas ?
- Tengo buenos toros. Es una torada que promete mucho.
Y como si los estuviera viendo en su salsa por las orillas del cercado, le iba explicando a Rosana:
- Es curioso, cada uno es distinto a los demás y es diferente su comportamiento. Yo me acerco mucho a ellos. Los observo despacio. Parece como si leyera en su mirada lo que piensan y descubro por sus gestos lo que quieren. Ellos me conocen, saben que convivo con la manada y me aceptan y obedecen. Se someten, porque están convencidos de que soy el que mando.

VIII

Tenía dos auxiliares para que me ayudaran en el trabajo: la yegua “Rubia” y el perro “Chispa”. Una y otro eran como mis pies y mis manos que me permitían llegar a los toros y dominarlos. “Rubia” era una yegua dócil, que siempre obedecía sin la menor resistencia y de buen grado. Astuta y rápida sabía anticiparse en los momentos de peligro, burlando cualquier acometida de los toros. La acompañaba tal mansedumbre, que podía montarla un niño de diez años, y tenía tal prestancia que era reconocida en la comarca como un animal de belleza excepcional. Su gran domesticidad la ense_ó a comportarse de forma adecuada en cada momento. Yo tenía puesto mi corazón y mi confianza en aquella yegua cuyo color rivalizaba con el oro.
El animal, sin duda más pequeño de aquella industria ganadera era “Chispa”, el perro que también se hacía acreedor a mis afectos. “Chispa rebosaba inteligencia por los ojos. Una simple mirada mía era comprendida por el perro, que obedecía a la menor indicación. Siempre estaba atento y dispuesto a dar sus servicios al momento. La yegua y el perro eran los dos animales más cercanos a mí y los que más satisfacciones me proporcionaban.


IX

En la manada había un toro que me llamó la atención desde el primer momento. Se llamaba “Amoroso” y era negro con lunares blancos. Un animal hermosísimo que tendía a pasar desapercibido, pero que a mí me llenaba de entusiasmo el contemplarlo. Tenía un comportamiento ejemplar, una mirada dulce y tranquila como si poseyera una extra_a calma. Enseguida me prendé del toro y lo miré con mis mejores ojos. Lo observé detenidamente. Estudié sus movimientos y sus reacciones, y traté de acercarme e él prudentemente, hablándole de frente para que fuera conociendo mi voz: “Amoroso”, ¡vuelve !, ¡hala!, ¡marcha!. El toro, sumiso, fue aprendiendo a obedecer sin vacilar ni hacer gestos de protesta. Era el que sobresalía por su nobleza y docilidad, cualidades que con su belleza se ganaron mi celo e hicieron que fuera el toro de mi debilidad; pues contrastaba con los remolones que se resistían a abandonar su querencia, cuando trataba de trasladarlos a otras zonas del cercado.
También había otro toro, sumamente rebelde y peligroso: se llamaba “Bragao”. Nunca obedecía, ni seguía al grupo sin antes menear la cabeza y encararse, dirigiéndome una mirada turbia. ”Rubia” siempre se acercaba a él con mucha precaución, porque presentía su arrancada de un momento a otro.


X

Un día en la sobremesa, tuve esta conversación con Rosana:
- Quiero describirte a “Amoroso”, ese torito que me ha sorbido el seso, porque en verdad, su bondad y belleza supera toda ponderación. Te aseguro que tiene la majestad de una noche estrellada, pues su capa, negra, fina y brillante como el azabache, está moteada con peque_os puntos de luz. Toda su figura rebosa armonía: cabeza proporcionada con cuerna bien puesta y pitones afilados, abundante y apretado morrillo, testuz poderosa con frente despejada, ojos suaves y bezo gracioso; pescuezo amplio y hoyo de agujas bien marcado; lomo largo, liso y limpio, largos y surcados costillares, ancas musculosas, patas ligeras, pezuñas pequeñas y rabo largo y solemne, con cola abundosa de duras cerdas rizadas. Este es el toro de mis sueños y de mis desvelos, que hoy por cierto, me tiene angustiado.
- Bueno Esteban, ¡no será para tanto!. Ya sé lo que significan para ti los toros, y sobre todo ese, que es tu amigo. Sin embargo, no se trata de mí, ni de nadie de la familia para que así te preocupes por ellos de esa manera.
- Rosa, los toros forman parte de mi vida, aunque sean toros. Yo les doy de lo que tengo dentro de mí, y ellos me comunican lo que han recibido de la Naturaleza.
- En resumen, marido, dime lo que pasa con “Amoroso “.
- Pues que está cojo de las dos patas traseras. Apenas puede andar. Mucho me temo que sea una especie de baldamiento. Lo vi cojear ligeramente hace dos días, pero hoy ha empeorado. Tiene agarrotadas las últimas articulaciones de las patas. He de avisar al amo y llamar al veterinario. Quizá necesitemos al lazareto para curarlo, en cuyo caso voy a tener trabajo.


XI

“Al toro lo veo muy mal y no sé si habrá posibilidad de recuperación. Es un ataque reumático localizado en los corvejones y tan fuerte que le paraliza la última articulación de la pata como también la pezuña, por lo que no puede asentarla. Esa es la causa de que no se sostenga de la parte trasera y de que se hunda. Trataremos de hacer una receta. Quiera Dios que sean eficaces las inyecciones que le vamos a poner”.
Esto es lo que nos dijo al amo y a mí el veterinario, cuando observó a ”Amoroso “ en el lazareto adonde lo llevamos casi a rastras, con la ayuda de los cabestros. Desde entonces lo voy a ver y lo cuido dos veces al día, y no soporto la pena cuando lo veo sufrir, impotente para ponerse en pie.
Pero cuento con una nueva y singular experiencia. He descubierto cómo el toro puede llegar a conocer de verdad a su cuidador y sentir afecto por esa persona. Cuando me ve entrar, mueve la penca varias veces así como las orejas, mirándome con ansiedad. Acepta con gusto de mi propia mano, el pienso de que se alimenta y el agua que le doy a diario. Le cubro toda la parte enferma con una manta caliente y de alguna manera me da a conocer que siente alivio. Está contento cuando acaricio su lustroso lomo, y hasta toma de mi propia mano una zanahoria que le doy como exquisita golosina para él.




XII

Durante el tiempo que permaneció el toro en su enfermería, tuvo todos mis cuidados. Era mi mayor preocupación. Me asustaba pensar que se malograra. Para evitarlo, me esforzaba al máximo en atenderle. Todos mis desvelos me parecen pocos, para tratar de conseguir su recuperación. Notaba, cada día, cómo se desmejoraba, perdiendo carnes, mientras la enfermedad no evolucionaba, ni experimentaba una mínima mejoría.
Siempre que volvía a casa, Rosana me preguntaba por amoroso. Un día me dijo:
- Te veo preocupado, Esteban, ¿qué pasa?.
- Hoy he visto al toro muy mal; he intentado estimularle con la comida para que se levantara. Le decía: ¡hala! , “Amoroso”, ¡levanta! ¡Venga!, ¡arriba! Intentó levantarse mediante un gran esfuerzo, pero volvió a desplomarse sobre el suelo. Me quedé muy triste. No sabes lo que se siente cuando no puedes hacer nada por él, viéndole sufrir tanto. Ahora es un animal manso que se deja acariciar por todas partes, lo cual le halaga. Yo quiero darle cariño para testimoniarle la gran predilección que siento por él.


XIII

Una mañana, al observar la manada noté que faltaba un toro. Era “Bragao” el rebelde que, como siempre amagaba protestando, se hacía acreedor a mi rechazo. Inspeccioné el cercado pero no lo vi por ninguna parte. Enseguida pensé que había saltado la cerca y me asusté por el peligro que entraña un toro desmandado.
Quise poner en conocimiento del amo que “Bragao” se había escapado, pero en aquel momento recibía un aviso de que por las lindes del barbecho andaba un toro suelto y que estaba el pueblo invadido por el terror. Pedí ayuda a mi ayudante que me acompañó. Rápidamente recogimos los cabestros y con ellos nos dirigimos al lugar en que había sido visto. Cuando lo encontramos ya estaba en las proximidades del pueblo, en cuyas casas se había encerrado la gente presa del pánico.
No fue fácil llevar al torito aquel al cercado; al contrario, llegamos a pasar por trances muy apurados. Rubia y yo tuvimos que andar rápidos para esquivar las arrancadas del toro hacia nosotros. Afortunadamente los cabestros lo rodearon, le dieron varios empellones de cuidado, y ya, deponiendo sus fueros, entró en el cercado como un cordero. Desde entonces, siempre que me acercaba a la torada, él me miraba desafiante. Yo lo tenía como la oveja negra de la manada, y deseaba que se lo llevaran en la primera corrida. Esto fue algo que conseguí pronto, pues una semana después, “Bragao” fue lidiado, estoqueado y muerto en una plaza de toros de España.


XIV

- Esteban ¡qué buen aspecto tienes esta mañana !- me dijo Rosana mientras me servía el desayuno.
- Como el día, que ha amanecido radiante. Tú eres la que de verdad estás atractiva. Justo como yo te soñé. Cada día te encuentro más hermosa y admirable como mujer, y más madura y ejemplar como ama de casa- le contesté.
- Eso quiere decir que sigues enamorado de mí, y que también eres más hombre. Eso es lo más agradable que nos podía suceder.
- Tú, Rosa si que eres lo mejor de mi vida, porque en ti encuentran descanso todos mis trabajos y apoyo, mis aspiraciones y mis sueños.
- Bueno, no te emociones demasiado y dime cómo va el asunto de esos dos toritos que te han hecho sufrir estos días.
- “Bragao” una vez reducido de su escapada y traído al orden, ha vuelto a la normalidad. “Amoroso” sigue igual. Tiene una gran voluntad y hace lo posible por levantarse pero le es imposible. Creo que tendremos que matarlo para que no sufra. Hoy espero al veterinario y será decisiva su opinión.
- Tú eres el que lo estás pasando mal y esto es lo que me entristece. ¡Ten confianza ! Ya verás cómo se curará totalmente.
- Yo lo veo imposible, sería algo milagroso.
- Aunque solo sea por los desvelos y sufrimientos tuyos se ha de poner bueno- concluyó Rosana.


XV

El día siguiente amaneció en mi vida, esperanzador. No sé si fueron los buenos deseos de mi mujer, el acierto de veterinario, mi esfuerzo, o quizá todo a la vez, lo que logró mejorar a “Amoroso”. Era la gran sorpresa. Cuando llegamos el veterinario y yo al lazareto, el toro estaba en pie, aunque vimos que se echó enseguida. Yo no pude ocultar una sensación de alegría. Tampoco el facultativo logró disimular su asombro.
- Empiezo a creer que ha pasado la crisis de la enfermedad y que se aproxima la recuperación. Le pondremos otra inyección y seguiremos dándole calor. Ahora espero que mejore de prisa. Veo que ha desaparecido la hinchazón de los corvejones. Así recobrará la movilidad de la articulación, asentará la pezuña y se mantendrá en pie. Fue lo que explicó el veterinario.
En efecto, en los días siguientes evolucionó de forma favorable. “Amoroso” tenía otro aspecto; respiraba con más tranquilidad, se levantaba más fácilmente y resistía más tiempo en pie. A mi se me abrieron todas las ventanas de la esperanza y volví a ver con optimismo el porvenir del toro de mi predilección.


XVI

Gozosamente “Amoroso” estaba recuperado. Todo se convirtió en algo pasado. Sin embargo el tiempo que estuvo enfermo dejó una imborrable huella en mi vida, experiencia que no se borraría nunca. Fue la relación mía con el toro que yo llamo amistad, porque llegamos a conocernos y a comunicarnos. El me consideraba su bienhechor, que saciaba su hambre y su sed a la vez que curaba sus dolencias. Podíamos estar el uno junto al otro porque no nos teníamos miedo; “Amoroso” era un toro bravo que podía vivir pacíficamente.
Pasaron unos días y el toro se incorporó al grupo, aunque no tuvo buena acogida por sus compañeros que lo encontraron un poco extraño después de la larga ausencia.
Yo lo vigilaba mañana y tarde, viendo cómo se confabulaban unos con otros para hostigarle. Más de una vez tuve que acudir con “Chispa” para protegerlo. Andaba orillado porque les tenía miedo. Algunas veces que lo veía sólo, aprovechaba para desmontar y, dejando la yegua retirada lo llamaba: “Amoroso” ¡ven!, ¡majo!. ¡toma!... Como estaba acostumbrado, me miraba dulcemente, movía la penca y las orejas y encaminaba sus pasos hacia mí. Tomaba de mi mano la zanahoria y mientras se la comía, yo acariciaba su testuz y lomo. Luego le decía:
“Hala, vete con los tuyos”. Y se iba.



XVII

Nunca más vi cojear a “Amoroso”, al contrario, cada día se encontraba más dueño de sí y más fuerte; y también más noble, más bello y más valiente. Poco a poco se iba integrando en la torada. Le perdió el miedo a los otros toros. Cuando le plantaban pelea, les hacía cara y nunca se arrugaba. Una tarde me quedé pasmado cuando vi que le hacía frente al toro más poderoso y pendenciero del grupo y temí por él. Pero se colmó mi asombro, viéndolo salir airoso del trance, cuando hizo que huyera su enemigo. Desde entonces capitaneaba la manada y su presencia era respetada por todos. Con el tiempo, el toro adquirió una fuerza y una belleza impresionantes.
Un día recibo la orden de que “Amoroso” sea incluido en un lote especial para una plaza de categoría. Casi me desmayo con la noticia. Todo mi ser se rebelaba a que muriera aquel toro al que yo había arrancado de la muerte. Al menos eso me decía mi vanidad, por eso hice lo posible por impedirlo; pero todo fue inútil y “Amoroso” formó parte de la expedición con los demás.
Me toco llorar cuando lo vi sólo en su corral de la plaza de toros, rumiando quién sabe qué ideas y qué sentimientos. Yo le di la zanahoria, que él tomo desde el burladero, mientras acaricié su testuz y su lomo, y le decía:
“Amoroso” majo, ¿qué te van a hacer? ¡Ten ánimo!. ¡Sé valiente! .Y él tan tranquilo, como si me dijera: tú no tengas miedo, yo no le tengo.


XVIII

Yo estaba en la plaza como segundo de a bordo. Porque el mayoral, después del ganadero es el que recoge la cosecha de elogios o de criticas en lo referente al comportamiento de los toros. Los toreros son otra cosa. Ellos pertenecen al mundo artístico y son los que bordan las filigranas con la tela, más o menos manejable, según les deja el toro. El torero con el toro, hacen la faena, y al toro, con su esencia, lo hace el ganadero con las manos del mayoral. He de confesar que estaba emocionado al comenzar la corrida, pues me abrumaba la idea de que aquellos eran fruto de mi trabajo. Los toros salían bravos y daban buen juego. A todos le fueron cortando alguna oreja y varios fueron ovacionados. Era para estar satisfecho. Pero llegó lo mejor de la tarde.”Amoroso” era el último. La plaza lo esperaba con expectación, porque su estampa había gustado mucho en el encierro, así como su trapío y la belleza de su capa. Además habían despertado curiosidad las declaraciones elogiosas que yo hice sobre él, el día anterior, y los aficionados estaban impacientes por conocer la nobleza y la bravura que tenía dentro. Me arriesgué a proclamarlo porque cuando lo curaba intuía que le salían ambas cosas por todos los pelos de su piel.
“Amoroso” salió al redondel. En el centro le esperaba el matador con la capa abierta, dispuesto a parar todas sus furias. El toro era largo; se acentuaban en él los más bellos rasgos, tímidamente nevado y con un andar majestuoso. Iba hacia el engaño, juicioso, decidido, mirando de frente con la cabeza recta y sin vacilaciones. En un momento se fundió con el torero, cuando la capa se movía con arte una y otra vez, y describía formas peculiares con unos pases limpios, redondeando una colosal faena. La plaza se puso en pie y se estremecía de emoción.
Al torero le entusiasma la honrada acometida de aquel toro. Su bravura le asombra y pone en su toreo todo lo que tiene de artista. Hay cambio de tercio. Salen los picadores. El primero cita al toro, que acude sin vacilar embistiendo al caballo. El hierro se hunde a través de la piel y el torero pide al picador que no apriete; que no lo castigue; que quiere al toro entero.
“Amoroso” embiste repetidas veces al caballo, que aguanta en pie, hasta que una capa lo saca de la suerte. Los picadores se retiran. Le ponen tres pares de banderillas en medio de una clamorosa ovación. Otra vez el torero que toma la muleta y brinda al toro. Lo hace al mayoral y a la plaza.
Llegó la suerte de muleta y con ella también la música; un pasodoble que hizo vibrar a todos los tendidos que ya estaban en pie. El torero desarrolló una faena inenarrable, larga y profunda en consonancia con la bondad del toro. Se cansó de dar muletazos en todos los estilos, mientras, “Amoroso” siempre estaba dispuesto a embestir al paño hasta su propio agotamiento.
Por fin el torero remató la faena con un impecable pase de pecho y se retiró dispuesto a recoger el acero para matar.
Hubo un instante de silencio impresionante, seguido de un clamor ensordecedor que decía: “Amoroso”, “Amoroso”, “Amoroso”. Multitud de pañuelos se agitaban llenando la plaza de entusiasmo, y el toro recibía en medio del redondo una inmensa ovación. Seguidamente se hizo el más prolongado y absoluto silencio. Y he aquí lo más halagador para mí: la Presidencia dispone el indulto de toro. “Amoroso”, desde el centro de la plaza, de cara los tendidos, con la cabeza alta, recibía el aplauso general. Luego, pacíficamente dio una vuelta al ruedo hasta quedarse parado, mirando a la puerta de salida.
Yo, loco de alegría me apresuré a sacar los cabestros que recogieron a “Amoroso” para los corrales en medio del delirio de los aficionados. Luego entré a verlo de cerca y desde el burladero del corral le di la zanahoria y le dije: ¡“Bravo “Amoroso”! ¡Eres un valiente! ¡Nos veremos en la dehesa!.


IX

Al día siguiente, a la puerta de casa mientras gustábamos del fresco, hablaba con Rosana de la corrida que se había celebrado en la capital, y del toro “Amoroso”.
-Fue el único toro de la corrida que volvió a la dehesa y el único también de los que presenté en otras plazas- le dije.
- Y ahora ¿qué destino será el de este toro?- preguntó Rosana.
- Lo primero vigilar y curar sus heridas y pinchazos para que no se infesten, cosa que ya estoy acostumbrado a hacer con él. Luego llevaremos a cabo lo que disponga el amo. Supongo que lo destinará a cubrir las vacas de la ganadería. Sin duda será un buen semental. Siendo así, le espera la mejor suerte. Tendrá un harén para él sólo. Creo que es lo más acertado porque el toro ha mostrado su bravura ante toda la sociedad.
Entonces Rosana me preguntó en qué consistía la bravura del toro, a lo que contesté:
- Es algo que le nace interiormente y que le sale afuera como un caudal contenido que se desborda. No le puede llegar del exterior. No se lo puede dar el ganadero, ni el mayoral, ni la dehesa, con todo lo que ella tiene. La bravura es la esencia del toro, que solo la transmiten los que lo engendran. Ella va en los genes de los progenitores que contienen las peculiaridades de ese nuevo ser. La bravura del toro es su capacidad defensiva, su vehemencia para huir de la muerte.
-Bien, ahora creo que es el momento de que hablemos de nosotros, porque yo tengo algo muy importante de que decirte.
-¿De qué se trata?- pregunté yo.
-¡Casi no me sale noticia de la emoción que tengo! Mi alegría hace enmudecer mis palabras.
-¡Venga, dímela de una vez!
- Esteban, ¡vamos a tener un hijo ! El que me está haciendo sentir la maternidad, que es algo nuevo en mi vida, y será una alegría inmensa para los dos.
- Querida Rosana, esto es lo más grande y hermoso que nos podía suceder. Es una noticia llena de feliz Esperanza.