sábado, 30 de diciembre de 2006

Memorias

LA HISTORIA DE MI VIDA

EL PUEBLO

Nací en Cereceda de la Sierra, el ocho de marzo de mil novecientos veinte, a la sombra de la Peña de Francia, junto a los afluentes del río Yeltes salmantino.
Fueron mis padres, Hipólito Marcos Rodríguez y Agustina de Paúl Marcos, con familia numerosa. Estaba dedicada a trabajar los huertos, cuidar del ganado y amasar el pan para mí pueblo y otros cercanos de la zona.
Yo vine a la vida con mucho amor a los libros, que sentí desde muy niño; siempre estuvieron en mi mente y en mi corazón, porque me ganó una vocación cultural y hacía mis delicias el leer y escribir. Así, aprendí de memoria los pocos libros que había en la casa familiar: enciclopedia, poesía, narrativa ... etc.
La Escuela rural y su maestro D. Valentín Carrascal, zamorano él, me ayudaron en mi formación, los primeros años de mi vida.
Esta primera etapa merece especial mención, porque en ella puse yo los cimientos de mi cultura. El maestro y mi interés por estudiar, me permitieron disputar el primer puesto de la clase con Isaac Franco y Antonio Albino, ocupando así uno de los primeros puestos en la escuela.
Recibí de mis padres la herencia espiritual de una fe en Dios, tolerancia con los hombres y una gran devoción a la Virgen de la Peña de Francia. Fue algo que alimenté con varias peregrinaciones al santuario del risco serrano: ideal e inquietud que me acompañaron a todo lo largo de mi vida.
También me atrajo la naturaleza, por lo que el campo y la escuela fueron mis primeras preferencias. La lectura era mi vocación más arraigada así como mis deseos de conocer todo.
Sin embargo no pude hacer carrera universitaria porque éramos doce hermanos, y en los años veinte no había becas para estudiar en la Universidad; pero tampoco dinero, que excediera el poder cubrir las necesidades familiares primarias, de comer y vestir.

Así pues, las tareas de la escuela, la tahona y los huertos, así como las tierras de labor, fue mi intensa dedicación durante diez y ocho años. En este tiempo, me empapé de la vida rural y pude conocer a cuantos vivían en el pueblo, cómo lo hacían, y cuáles eran sus afanes más comunes. En aquellos años, Cereceda contaba con un nivel económico muy bajo, llegando a padecer pobreza extrema algunos sectores del pueblo. Eran muy pocos jóvenes los que estudiaban, y la escasez de medios de subsistencia obligaban a emigrar a bastantes personas.
Durante esos años nunca salí del pueblo, a no ser para asistir a alguna fiesta aislada, en pueblos de la zona. Solamente una vez, cuando tenía ocho años, el mal estado de una muela, cuyo dolor no me dejaba comer ni dormir, obligó a mis padres a llevarme a Salamanca para que me fuera extraída por el odontólogo. Por cierto que hice un viaje con ellos muy curioso: como no pasaba el coche de línea por el pueblo, nos vimos en la necesidad de utilizar hasta el pueblo de Tamames, la burra que teníamos para los trabajos de la casa. Allí tomamos el coche para ir a Salamanca y volver, utilizando otra vez la burra para el regreso a Cereceda. Así eran las comunicaciones en aquel tiempo.
En esa edad de dieciséis o diecisiete años ya sentía yo con fuerza la afición a la literatura y me fascinaban los libros. Por eso leía cuanto escritos caían en mis manos y con la lectura iba llenando todo mi tiempo libre.

- - - - - - - - - -

LA GUERRA


Es otra etapa de mi vida: la guerra y los años que la siguieron. La Historia siempre nos sorprende e impone su voluntad, por lo que durante mi adolescencia, ya se empezaron a sentir aires belicosos; y llegó la guerra civil española de 1936, cuando apenas había cumplido dieciséis años. Fui llamado a filas y participé en ella desde los dieciocho; después viví una milicia de reemplazo, durante cinco años. Ingresé en el Regimiento de Infantería La Victoria de Salamanca en Agosto de 1938; hice un breve período de instrucción en Cáceres y formé parte de un batallón nuevo organizado en Arévalo. Este fue destinado al frente de Guadalajara, que se distinguió por su poca actividad bélica, limitándose a prestar servicios de reconocimiento y tiroteos esporádicos.
Fueron seis largos meses los que viví de guerra. Con el final, se reorganizaron las unidades militares y fui destinado a Asturias, una zona conflictiva que pedía pacificación y tuve esa misión durante varios años. Desde el primer momento fue para mí una tierra amable y acogedora que se ganó mi voluntad y mi afecto. Pronto descubrí su belleza y bondad, y supe apreciar los valores que atesora esta gran región asturiana. Allí, con diecinueve años conocí mi primer amor, que aunque se apagó pronto, dejó en mi vida militar un grato recuerdo. Algún tiempo después, me enteré de que aquella jovencita de la que yo me enamoré, tenía un hermano huido al monte, al que perseguía la justicia, como no adicto a la política de aquel momento en España; pero yo no lo llegué a conocer. Y no volví a ver aquella asturiana que alimentó mi amor primero, al que sucedió el olvido.
También llegué a poseer algunos conocimientos del bable, uno de los dialectos de más riqueza y profundas raíces, que tiene nuestra lengua. Aprendí a escanciar la sidra de las manzanas que producen tantas pomaradas como abundan en aquellas tierras; y conocí las cuatro o cinco Polas que enriquecen la “Asturias patria querida”: Pola de Lena, Pola de Laviana, Pola se Siero, Pola de Somiedo......
Los últimos meses que permanecí en la mili, los pasé en un servicio interior de las oficinas del Regimiento de Milán en Oviedo.
Recuerdo aquí un suceso inolvidable en mi vida: En el río Nalón, siendo militar todavía, estuve a punto de ahogarme, mientras me bañaba en compañía de un compañero gallego y de otro catalán. Gracias a la pericia suya, todo quedó en susto, pues me ayudaron a salir del río, sano y salvo.

- - - - - - - - -

Después de cinco o seis años de milicia, pude disfrutar de una licencia ilimitada. Hice unas oposiciones a Correos y fui destinado al Palacio de Comunicaciones de la Cibeles en Madrid. Allí presté servicio en el negociado de Apartados Particulares, de ocho a dos de la tarde, durante bastantes años.

Mi vida en Madrid estaba cuajada de actividades, que compatibilizaba con el ejercicio de mi profesión en correos. Preparaba oposiciones para categoría superior, asistiendo a una academia especializada en temas postales por la tarde, y siempre que podía leía obras maestras literarias de los mejores autores españoles y extranjeros.
Mi estancia en Madrid, fue un período intenso de formación y cultura. La Gran vía era mi camino mañanero, desde la Calle de Silva en que vivía, hasta el negociado de Apartados Particulares en la Cibeles, donde trabajaba.
Entre la calle de la Luna y Desengaño, estaba la Parroquia de San Martín. En ella colaboraba yo como miembro de Acción Católica, en tareas caritativas y de catequesis en el tiempo que me dejaba mi profesión.
En la calle de Silva estaba la iglesia de los Mercedarios, justamente enfrente de la pensión donde me alojaba. Allí formé parte de la Coral Mercedaria que dirigía el Padre Puga de Galicia. Desde allí hice varias peregrinaciones al sepulcro de Santiago en Compostela, ganando varios jubileos que daban juventud a mi espíritu.
Por entonces una lesión de pulmón me obligó a causar baja por enfermedad en Correos. El médico me dispuso un tratamiento de neumotóraz que se prolongó por espacio de dos años. Por indicación suya, volví al pueblo con la familia para atender a mi recuperación; iba a Salamanca, primero cada semana, y luego cada mes para seguir el tratamiento.
Ya recuperado me incorporé a mi puesto de trabajo; pero durante mi enfermedad me perdí las oposiciones que había preparado. Ante esta contrariedad se fueron apagando mis aspiraciones en Madrid, y ya traté de trasladarme a Salamanca que era la ciudad de mis amores.
Pedí la excedencia en correos y me establecí como autónomo en una zona céntrica de Salamanca, hasta que con los años me fue concedida la jubilación de mi actividad comercial.
En Salamanca conocí a Carmen García del Muro que llegó a ser mi mujer y madre de mis hijos, Francisco Jesús y María del Carmen. La
boda tuvo lugar en el Santuario Mariano de la Peña de Francia.

Con todo el tiempo libre, era el momento de comenzar otra nueva etapa. Por los años mil novecientos ochenta, fue creada por la Universidad Pontificia de Salamanca, en colaboración con la Junta de Castilla y León, la Universidad de la Experiencia para personas mayores y jubiladas. De ella formo parte en el momento de escribir estas memorias. Es sin duda la etapa más intensa que he vivido, dedicada a la cultura, y especialmente a la literatura. Una idea feliz que me ha permitido en esta última etapa de mi vida acceder a la Universidad, con lo que yo soñé en mi juventud. Ella me permite que a mis ochenta y tres años pueda satisfacer mis inquietudes culturales.
Dedicaré un apartado para hablar de mi creación literaria ...
Desde joven empecé a escribir. He publicado seis libros de poesía. El primero se titula, “Mis Romances” y es un homenaje a Salamanca. Lo encabeza el poema “Soñando Salamanca”. En él he volcado toda mi admiración y amor a la ciudad, y todo el libro está haciendo alusión a sus monumentos, su historia, sus Universidades,.. sus ganaderías. Es un libro que recuerda al medioevo, porque está escrito todo él en romance. Comienza con un poema largo, que es un laudo a la Ciudad del Tormes; también recoge historias de creación poética así como de hechos acontecidos en estas tierras en siglos pasados. Se cierra el libro con varios y cuidados poemas.
El segundo libro se titula” Desde la vida”. Tiene un carácter intimista y eminentemente familiar. Está casi totalmente relacionado con una grave enfermedad de mi esposa Carmen. Su largo poema “Confidencia” refleja una intimidad conmovedora llena de dramatismo.
Luego llegó un tercer libro con el nombre “Las venas de la rosa”.
Está dedicado al pueblo que me vio nacer y me acogió en su seno. Quiso ser un homenaje a todo lo que significaba para mí; a los lugares emblemáticos que más se comunicaban a mi psicología; a mi familia.