sábado, 13 de enero de 2007

El gran amor de Dani

Dani era un chico de seis años. Su figura estaba envuelta en una lozanía que resplandecía en su rostro. Tenía una gran vivacidad en su mirada: Era candoroso, con una alegría que contagiaba; muy inquieto, todos sus movimientos eran de un empuje arrollador.
A este niño, le asaltó una irreparable desgracia cuando había cruzado el umbral de la vida. Ahora, huérfano, vive una infancia rota y solitaria.



Era por la tarde de un día de primavera, cuando Dani abandonó el orfanato al que le habían llevado dos días antes: Y comenzó su peregrinación. Un anhelo profundo, por encontrar a su madre, lo dominaba:
“Me voy a buscar a mamá. ¿Por qué tardará tanto? -Iré a su encuentro. ¡Así nos veremos antes! .Yo no quería venir a esta ciudad que no conozco. ¡Aquí no voy a encontrar a mamá! .Pero mi tía, que vive en un barrio y no me quiere, tenía que meterme en esa casa donde no quiero estar. ¡Ahí nadie me llama hijo! Las monjas son buenas, pero el celador ... ¡tiene una cara más larga!
Por las mañanas, mi madre siempre me despertaba con un beso. Aquí es la campanilla la que te quita el sueño. ¡Y tienes que despertarte aunque no tengas ganas! .Es verdad que puedes jugar, pero mi madre me ha dicho que me va a traer un hermanito para juegue con él. ¡Me lo voy a pasar “bomba”, porque será como yo, aunque un poco más pequeño, claro”.
De este modo discurría Dani, que, sin saberlo nadie, en un momento se encontró en plena vía pública. Este día le dejó recuerdos imborrables.
Cuando nació Dani, su padre pensó al contemplarlo impotente y débil:” ¿Qué será de este niño en el correr del tiempo? Su infancia, ¿le brindará felicidad? ¿Será dichoso en su juventud? ¿Su vida, en la edad madura, le dará frutos granados de gozo y felicidad?
Y su vejez si llega a ella, esa recta final de la vida, será para él un rescoldo que le preste calor y anime su espíritu, hasta su último pensamiento?”
Todo aquello era una incógnita, sin embargo, ahora desde el cielo, podía ver la tragedia
que se cernía en el corazón de su hijo, mientras caminaba hacia la calle, a la salida de aquél orfanato, con el ansia de encontrar a su madre que había perdido.


En la pequeña cabeza de Daní destacaba una idea obsesiva: su madre. Ella lo fue todo para este niño. Por eso le dirige a ella los pensamientos de su mente y las ansias de su corazón.
Dani amaba a su madre con todas sus fuerzas y no comprendía la vida sin aquella mamá que había saciado todas sus hambres de cariño.
El niño había sido muy feliz en el seno de una familia acomodada, pero cuando más necesitaba de sus padres, un acontecimiento familiar le privó de ellos para siempre. Fue un accidente de tráfico inesperado y fatal. También Dani iba en el coche con sus padres, pero le respetó la muerte.
La idea que tenía del suceso, apenas se dibujaba en su mente. Sólo un confuso y aterrador recuerdo de aquel momento sobrevive en su memoria. Sin embargo, la viva angustia de aquel aciago instante, acompañaba a cada uno de sus pasos, firmes y presurosos, cuando iban de un lado para otro.
La obsesión daba vueltas en su cabeza;”¿Dónde estará mamita? ¿Cuando vendrá mamita? Esta idea no le abandonaba un momento.
A Dani le habían dicho que su madre estaba de viaje. Que había ido a la capital. Por eso Dani preguntó a otro niño del orfanato, si estaba lejos la capital. El chico le contestó encogiendo los hombros.
Dani se sentía atormentado por la ausencia de su madre, aunque le hacía sobrevivir la firme esperanza de encontrarla. Por eso abandonó aquella residencia y se lanzó a buscarla por los caminos de la vida.
En la residencia de niños huérfanos, de la que formaba parte, notaron enseguida la falta del niño. La religiosa a cuyo cargo estaba, agotó todas las posibilidades de búsqueda, y como no lo halló, puso el hecho en conocimiento del director del centro. Este se inquietó mucho. Ordenó explorar los lugares donde pudiera estar. Pero no dio resultado. Entonces comunicó lo ocurrido a los distintos departamentos de la Policía gubernativa y Municipal. Preguntó en hospitales y casa de socorro, sin que dieran con una huella suya.
También las emisoras de radio transmitieron la noticia de la pérdida del niño, y la publicaron los periódicos. Así pues, la ciudad entera tuvo conocimiento de que Dani andaba solo por la calle. El acontecimiento fue un fogonazo que resonó enseguida en el corazón de todos.
Se divulgó que el niño buscaba a su madre, pero que ella había muerto, por lo que la noticia caló hondamente en la sensibilidad del pueblo. Muchos transeúntes creían ver al niño cuando circulaban por la calle, y el comentario fresco y conmovedor asomaba en todos los labios. En el aire flotaba esta pregunta: ¿Dónde estará el pobre niño?



Entre tanto, el niño circulaba por la vía pública como un pequeño rey. Le acompañaban los penosos sentimientos de su orfandad y los mil personajes de su fantasía.
Tiene un alma candorosa y fresca. Su pequeña figura imparte belleza. Unos ojos azules, vivísimos, bailan en sus órbitas. Es fornido su tronco. Sus piernas y brazos son fuertes y está bien desarrollados y dotados de gran movilidad.
En aquel niño hay base y fundamento de hombre integro que busca, su mejor tesoro con todas las fuerzas de su ser. ¡Estaría dispuesto a traspasar una montaña por encontrarse con su madre! .Era una fuerza que nacía en lo más hondo, la que lo empujaba a salir por los caminos de la vida, en busca de lo que más quería. Porque estaba convencido de que la hallaría. ¡Tan grande era su empeño que, siendo un anhelo imposible, florecía la esperanza en sus ojos!.
Dani se encontró, de paso, un parque infantil. Como era de mañana, no había nadie en él. Nunca se cansaba de jugar; por eso se detuvo allí para recrearse con aquellos juegos que llenaban el delicioso parque.
Olvidándose de todo, se entregó a aquella diversión, en la que no estaba solo porque lo acompañaba multitud de amigos imaginarios:”Yo salto más que tú, Toni! ¡A ver quién llega antes al tobogán!; ¡a la una, a las dos y a las tres! Nacho, ¿quieres que montemos en la locomotora? ¡Haremos un viaje a Avila! ¿O vamos a Madrid?”.
De repente se acuerda de su madre, y la invoca:
“Mamá, ¿dónde estás? ¿Vas a venir pronto? Mira que estoy solo. Quiero que sepas que se me están rompiendo los zapatos.
¡ Vuelve ya! ¡Que no he vuelto a comer las patatas fritas que me servías en el plato
chico! ¡Qué ricas! ¡Y el huevo que freías para mi, blando y calentito! ¿Te acuerdas? Y las tostadas con mantequilla para la leche. Ah, ¡y el chocolate que me pintaba aquellos bigotes! ¿Es que no te acuerdas? ¡Con qué ganas te reías entonces, mamá! ¡Nunca te he visto reír tanto! Pero lo que más me gustaba era las patatas fritas, y tú bien lo sabías. Mamá, cuando sea mayor, quiero ser como papá. Y tener todas las cosas como él. Me dejaré bigote. O quizá barba, como papá. ¿Verdad, mamá?
Pero bueno, mamita,6cómo has emprendido ese viaje tan largo? Te digo que ya tardas mucho. ¡Vuelve ya! ¡Quiero tener madre, y no estar solo! ¡He venido en tu busca! ¡Te salgo al encuentro!”.
Dani abandonó el parque, y cuando traspasaba la puerta de salida, un nudo le oprimía la garganta. De su corazón brotaba una fuente de sentimientos que afloraba a sus labios, y sus ojos no sabían si reír o llorar.



El sol está en lo alto y es fuerte. El cielo limpio. Azul. Dani ve cómo la ciudad busca su vida en el trabajo, en el descanso o en la diversión; aunque no lo comprenda.
Nuevamente ha empezado a andar, sin rumbo fijo. Por el camino que está recorriendo, hay muchos niños acompañados de sus mamás y se le van los ojos hacia ellos.
Dani siente imperiosamente la necesidad de hablar con alguien; y se acerca a un invidente que está sentado en uno de los bancos, mientras pregona, ofreciendo el cupón de los ciegos:
¡El premio! ¡llevo el premio!”
Dani se le quedó mirando desde muy cerca, y le dijo:
-Oye, ¿tú eres ciego, no?.
-Sí, soy ciego. Tú no, claro.
-No, yo no lo soy; por eso puedo ver a mi madre. Yo sé que tú no puedes ver a la tuya. Aunque si la tienes contigo y la puedes besar ya es bastante.
-¿Es que tú no puedes besar a la tuya?
-No, porque se ha ido.
-¿A dónde?
-Creo que está en un viaje muy largo.
-¿Y tú padre?
-Se fueron juntos los dos.
-Y tú, ¿qué haces?; ¿A dónde vas?
-Voy en busca de mi madre.
-Pero, tú eres muy pequeño.
-No, no soy muy pequeño, y no pararé hasta que encuentre a mi madre. ¡No puedo vivir sin ella!
El ciego, que era un buen hombre, se impresionó mucho por el problema del niño y empezó a descubrir que se cernía un drama sobre él.
Pensaba que al hombre no debe resultarle ajeno nada de lo que le acontece a los demás hombres, aunque sean todavía niños. Hondamente meditó el caso de Dani y su angustia; deseando quitarle aquella pena, o al menos compartirla con él. Vivamente le preguntó:
-Pero, vamos a ver; ¿Cómo te llamas?
-Me llamo Dani.
-Y, ¿dónde vives? porque yo creo que estás perdido.
-Yo vivo en una casa muy grande, con muchos niños .Pero no quiero estar allí. Por eso voy a ver si viene mi madre del viaje.
Y, ¿en qué sitio esperas encontrarla?
-Por ahí.
-Mira, pienso que debes estar interno en la Residencia de Niños. Allí es adonde debes ir. Verás como tu madre va a buscarte. Yo te llevo si quieres.
-No, mi madre no sabe que yo estoy en esa Residencia. Ella no me habría llevado a ese sitio. Seguro que viene por esta calle. ¡Me voy a buscarla!.
Dani salió corriendo, sin dar tiempo a que el ciego reaccionara; y aunque empezó a llamarlo a gritos, sus voces se perdían a lo lejos mientras el niño se alejaba por aquella avenida.



La ciudad estaba en pleno apogeo de gente. Las calles eran ríos humanos, en las que las personas circulaban de un lado para otro, en pos de sus anhelos o empujados por sus obligaciones.
El ciego empezó a dar vueltas en su cabeza a lo ocurrido. No sabía qué pensar ni qué hacer. Lo cierto es que se quedó con la honda preocupación por la suerte que correría el chico, al que creía solo en el mundo. Estaba seguro de que sentía por él admiración, por sus dotes de valor y energía, y a la vez compasión, por su total orfandad a los seis años.
Queriendo poner remedio a aquella situación, tuvo una idea que puso en práctica:
llamar a la Comisaría e informar de que había un niño perdido por la ciudad buscando a su madre, la que decía estaba de viaje.
En la Comisaría se dieron cuenta de que se trataba de Dani, e intensificaron la búsqueda.
El ciego siguió su ronda, practicando su oficio de vendedor de cupones, mientras mascullaba en su pensamiento: ”¡Pero verás qué renacuajo! ¡Me ha dejado perplejo!”.



Dani caminaba por la ancha avenida, confundiéndose con la gente y sin que nadie se fijara en él. A medida que avanzaba con sus pasos menuditos y breves por la acera de la calle, sentía más el peso del cansancio y las punzadas del hambre. En su ánimo perdía fuerza la luz de la esperanza. Sin embargo, entonces, surgía con más brío y tenacidad el deseo de hallar a la que para él era como el aire que respiraba.
Todo lo que aparecía ante sus ojos le resultaba insólito, pues era la primera vez que descubría aquellos paisajes urbanos. Sin darse cuenta, ya que todo cuanto acontecía a su alrededor era inesperado para él, se encontró a las puertas de una casa de religiosos.
Rápidamente entró en ella y recorrió varias dependencias sin ser visto por nadie. Luego pasó al salón central. Allí se encontró con el hermano lego, que era un anciano. Parecía un cascarrabias, pero este hombre, a fuerza de practicar el bien en su larga vida, había conquistado paciencia u humildad.
El hermano lego le miró fijamente y le dijo:
-¡Hola!; qué feliz visita! ¿No me habrás hecho ninguna fechoría, eh?
-No, no he hecho nada.
-Y dime, amiguito, ¿qué te trae por aquí?
-Pues nada, -contestó el niño.
-Pero vamos a ver, ¿cómo te llamas?
-Dani.
El lego vio el desamparo y agotamiento que denunciaba su aspecto.
-Pues bien, Dani; explícame de dónde vienes y a dónde vas. Pienso que tendrás hambre, frío o cansancio, o tal vez las tres cosas.
-Sí, hambre si tengo, también estoy cansado.
-Bueno, está bien; miraré a ver si hay algo para ti. Aunque te advierto, amigo, que aquí hay poca pitanza. Acaso encuentre alguna cebolla por la cocina. En todo caso tú no te preocupes, algo aparecerá. Ahora, te sientas en esta silla, para que descanses. Yo iré a buscarte algo.
El hermano se fue y Dani quedó descansando con sus menudos huesos.
El anciano no tardó en volver. Y, ¡qué sorpresa! No traía ninguna cebolla, sino un enorme bocata de queso que puso en las manos del niño. Los ojos de Dani se iluminaron de alegría.
El le hacia un movimiento de cabeza muy significativo, y a la vez que se dibujaba en su acerado rostro una sonrisa tenue, le decía:”con paciencia se vencen las injurias, y con esto vencerás tú al chacal del hambre. Ahora te dejo tranquilo reparando fuerzas ‘y luego vuelvo para que me cuentes la historia de tu vida”.
El niño devoró el bocadillo en un momento, entre tanto, sus penetrantes ojos recoman la estancia, examinando el mobiliario y objetos que la llenaban.
Cuando volvió el hermano, ya Dani se estaba impacientando. Esta vez fue el niño el que abrió el diálogo:
-Gracias por el queso. ¡Estaba muy bueno!
-Me alegro; ¿quieres más?
-No; ya no tengo más hambre. Bueno, ¡oiga!, ¿ha visto por aquí a mi mamá? La estoy buscando. Se fue hace unos días, y no ha vuelto.
Estas palabras del niño, aclararon al lego la cuestión, ahorrándole muchas preguntas. Dani siguió explicando:
-Íbamos a otro pueblo. A mí me dio sueño y me dormí. Luego no pude saber lo que pasó. Pero no volví a ver a mi madre.
-¿De dónde eres tú?,-le preguntó el religioso.
-Yo soy de la Peña Alta, pero mi tía me trajo a la ciudad y me llevó a una casa donde hay muchos niños. Yo no quiero estar allí. No puedo olvidar a mi madre y voy a buscarla. Me han dicho que está en un largo viaje.
El lego le había escuchado atento y complacido.
-¿Y tu padre?.
-Se fue con mi madre.
-¡Vaya, vaya! ¿A quien se le ocurre marcharse y dejarte solo? Pero mira, no te apures, seremos amigos; yo tengo muchas cosas para ti.
El lego había captado el problema del niño en toda su hondura. Y se dio perfecta cuenta de la tragedia que significaba para él, haber perdido a sus padres para siempre. Pues aunque Dani le dijo que estaban de viaje, un sentimiento interior le decía que aquel niño era huérfano.
El lego quería allanar las cosas, por eso le dijo:
-No te apures; yo soy algo renegón, pero sano de alma. Y veo que tú eres un valiente. Te aseguro que habrá diálogo y afecto entre nosotros.
-¿Qué es diálogo? -preguntó el niño.
-Diálogo es conversación; lo que hacemos ahora; lo que hablamos-aclaró el lego.
-Sí, ya sé-dijo Dani, mientras se iluminaban sus ojos porque había aprendido una cosa más.
La preocupación de aquel niño por la suerte de su madre, caló muy hondo en el ánimo del religioso, que corrió a comunicar todo, al superior de la Comunidad. En efecto, el superior mandó que fuera el niño a su presencia, pero cuando el lego volvió a buscarlo, ya no vio a Dani por ninguna parte. El pájaro había volado dejando el eco de sus píos en el aire del convento. También quedaba allí el recuerdo de un niño encantador y quién sabe, si las huellas de un genio de la humanidad.



La ciudad vivía una inquietud constante: el paradero de Dani. Circulaban varias versiones, y la opinión generalizada era la de que el niño aparecería de un momento a otro.
Por una calle amplia y recta circulaban dos guardias municipales. Uno es observador y el otro, socarrón y superficial.
Eso sí, los dos son cumplidores y celosos del orden. Parsimoniosos, cambian palabras de vez en cuando. El socarrón devora cigarrillos; el otro escudriña con su mirada por todas partes. Observa todo; capta todo.
-¿Qué opinas tú del caso Dani?-preguntó el que era observador.
Pues yo pienso que cuando se ha escapado del orfanato, sin duda es un “bala”, o por lo menos un indómito.
-Juzgas tú, me parece, muy a la ligera. Ese niño creo que está viviendo el drama de su vida. Tiene seis años, y sus padres han muerto, aunque le han metido en la cabeza que están en un largo viaje. El, que debe de tener un aguante y una voluntad de acero, se ha marchado por ahí, en busca de su madre, como el que se toma un vaso de agua. Debe ser un muchacho tan decidido que no se amilana ante las dificultades.
-A los chicos de hoy lo que les hace falta es que se les ate corto, porque están muy sueltos; ya no hay respeto ni sumisión de los pequeños a los mayores. Antes los hijos reverenciaban a sus padres, seguían sus consejos... Ahora, todo eso ha sido barrido de la sociedad.”
“Pero hombre, eso es un tema aparte. No quieras juzgar lo que no conoces. Hay que conocer la vida de las personas y las circunstancias que les llevan a obrar de una forma o de otra.
El niño es el blanco de todos los comentarios en la ciudad, en la que no se habla de otra cosa. Está interesada por el pequeño y le duele su orfandad.
Yo personalmente admiro a ese muchacho. Comprendo que lo que hace no es nada común a su edad. Que hay un hombre superior en potencia, dentro de su cuerpo pequeño. Debe de sentirse protegido por un recio carácter y una gran personalidad. Y no le asustará la vida, si no lo abandonan esa constancia y tenacidad.”
Los dos guardias seguían su paseo. Iban despacio, como tomando el pulso a la ciudad, cuyas palpitaciones se dejaban sentir desde aquella céntrica calle.
De pronto, el más inteligente dijo al otro:
-Oye, mira y fíjate en aquel escaparate de juguetería y en el “rapaz” que está asomado al cristal. Tiene los ojos clavados en lo que hay dentro. Observa; toda la traza, indumento y figura son del niño que buscamos.
¿Será Dani? Vamos a acercarnos. Hay que tener mucho tacto en esta ocasión para que no se asuste.
-No lo vamos a dejar escapar, después de tanto buscarlo. ¡ Vamos, digo yo!
-Escucha, hombre. Tú no tienes niños, ni buena información sobre este caso. Por eso no caes en la cuenta de que Dani es como una planta tierna, a la que no se puede zarandear, sin peligro de causarle graves estragos. La sociedad, no lo olvides, tiene que dar a este niño, lo que él no puede recibir de sus padres: el cariño, alimento y vestido que necesita. Piensa que no tiene familia.
-Bueno, no te pongas así, lo haremos lo mejor que podamos.
-En eso tenemos que estar de acuerdo.
Los guardias se acercaron al niño. El más culto, despacio y afable, hizo como que se sentía atraído por todo aquello que llenaba el escaparate.
- ¡ Oh, cuántos juguetes! ¡ Y qué bonitos! ¡ Son preciosos! Dani se le quedó mirando y le dijo:
-Oye, ¿también a ti te gustan?
-¡Pues claro! Fíjate en ese payaso que toca el violín; no se sabe si llora o ríe.
¿Te gusta el payaso Dani? Sí, me gusta mucho. Yo lo he visto tocar en el circo. Fui con papá y mamá.
¿Y dónde están tu padres?-
-No lo sé. Voy ahora a buscarlos.
-¿A ti te gusta jugar?
Entonces el rostro de Dani se iluminó con una luz viva que formó un intenso resplandor en su mirada. Y contestó:
-Sí, jugar me gusta mucho.
-Bien, si vienes con nosotros, te daré un balón grande para que juegues. También te ayudaremos a encontrar a tu madre.
-¿Sabes tú dónde está?
-No, pero la buscaremos, ven con nosotros.
El niño se sometió con docilidad y los tres se dirigieron a la comisaría. El guardia vulgar mostraba indiferencia y aun desprecio por aquel niño, al que consideraba culpable de su situación. Al otro, sin embargo, le dominaba la preocupación por Dani, y ponía todo su empeño en ayudarle a salir de aquella angustia, tanto más cuanto más corta era la edad del que la padecía.
Dani, que sufría en su carne aquella violenta separación de su familia, tenía su alma atormentada por la soledad que lo rodeaba. En su ánimo había un cúmulo de sensaciones de abandono y desamparo que lo llevaban al borde de la desesperación. El espíritu animoso y tenaz del niño se bamboleaba, agitado por la fuerza de los acontecimientos que vivía, como el tallo de trigo por una tormenta.
Camino de la Comisaría, Dani atraía las miradas y el interés de los transeúntes. Al lado de los guardias, algunos decían:
“Este debe ser el niño que busca a su madre”.
Pero Dani no iba a gusto con aquellos hombres, porque le decía el corazón que por allí no le vendría la ternura que necesitaba.
Momentos después se encontraba ante el comisario, rodeado de policías. Estaba extrañado de que en aquella oficina hubiera tantos hombres reunidos.
El comisario, dulcificando sus palabras, habló con el niño, que estaba triste y atemorizado.
Seguidamente sonaba el teléfono en el orfanato, dando la noticia de que el niño había sido hallado. Al momento se movilizó vehículo, conductor y celador para su traslado desde el centro policial. Pero Dani, que estaba huidizo porque se aburría allí, decidió evadirse nuevamente.
La sorpresa de aquellos hombres llegaba al asombro, al palpar con sus propios ojos la evasión del niño. ¡ Y no acertaban a comprender cómo, sin que ellos se enteraran, había podido filtrarse por la puerta!
Otra vez la radio, los teléfonos y las personas transmitían la noticia de que Dani había desaparecido de la Comisaría.



Anochecía. Dani tomó rumbo a las afueras de la ciudad, y cuando las alcanzó, vio cómo se levantaba ante sus ojos atónitos un edificio de enormes dimensiones. A primera vista le pareció gigantesco. Era un colegio moderno. A pesar de su grandiosidad, no se intimidó. Al contrario, a la vista del colosal inmueble, se creció, convirtiéndose en el pequeño David que se enfrenta al terrible Goliat.
Como un imán atrajo el colegio a Dani. Y se dirigió a él. Caminaba entonces, por una pequeña avenida que conducía al colegio, festoneada por álamos blancos, de gran frondosidad.
A Dani empezaron a flaquearle las piernas y el sueño cerraba sus ojos. EI relente de la noche metía el frío en sus carnes, pero en su despejada mente aparecía nítida la imagen de su madre. La puerta de acceso al centro docente aun permanecía abierta: Dani entró. No había portero. No había nadie. El director, los profesores y los alumnos internos, asistían en el propio colegio a una velada musical.
Dani tuvo una vacilación. Como si se preguntase, qué haría él en aquella casa tan grande. Era la primera vez que entraba en un sitio donde lo invadió la timidez. No obstante, como era habitual en él, la reacción no se hizo esperar, y ya, recobrada la serenidad, se decidió a entrar, queriendo captar cuanto veía a su alrededor.
Sin darse cuenta se encontró en un sala amplia, rectangular, que estaba contigua a dirección. Todas las dependencias del edificio se encontraban amuebladas lujosamente. En ellas había profusión de butacas y sofás, cómodos y blandos, tapizados con exquisito gusto.
Exploró un poco y descubrió en la oficina de al lado una chaqueta colgada de una
percha. Se la puso y dijo:”Es un abrigo”.Luego buscó el calorcito al amparo de un radiador que ocupaba un ángulo de la habitación. Se acercó a la butaca que allí había y se dejó caer en aquel asiento mullido y calentito.
Enseguida le venció el sueño.
Mientras dormía, de vez en cuando pronunciaba palabras sueltas, o emitía sonidos acompañados de gestos ininteligibles.
Había en el colegio un perrote que era la mascota de los colegiales. Todos los alumnos lo conocían, y él a ellos. A su antojo recorría todas las dependencias, y en su deambular por unas y por otras, dio con Dani, que soñaba con los ángeles del cielo. El perro se acercó. En los ojos tenía una expresión cargada de ternura. Husmeó sus ropas y tiró con sus dientes del borde de la chaqueta, como si quisiera mitigar el frío de sus piernas.
Después se tumbó en el suelo, mientras lo contemplaba atento. Y queriendo imitar a Dani, también él se echa, apoyando su pesada cabeza en sus patas y se duerme.
En el colegio todos se habían retirado a descansar. Allí todo era silencio, apenas quebrado por el lejano ruido de los vehículos que circulaban por la bulliciosa ciudad. Dani y el perro tenían un sueño feliz.



Ha transcurrido plácidamente, casi toda la noche, lo que significa para el niño la recuperación de sus fuerzas. Hay un momento en que Dani, entre sueños grita en voz alta: mamá”.
El perro se levantó y le lamió el rostro. Dani se estremeció; lo ha confundido con el beso de su madre y se despierta dulcemente. Entonces exclama: “mamá, mamita, ¿dónde estás?”.
El perro da muestra de gozo al ver que se incorpora el niño. Pero éste no se asusta; al contrario, la presencia del animal lo llena de alegría. Es algo que no esperaba. Ambos se sienten dichosos. Y como siempre saluda primero el más educado, Dani rompió el silencio:
-¡Hola!
El perro movió el rabo como respuesta.
“Me llamo Dani, dijo éste. Y tú, ¿cómo te llamas? ¿No tienes nombre? Te voy a bautizar. Desde ahora te llamarás “Pipo”. El perro se rascabas las costillas con la pata. ¿Qué te pasa “Pipo”?
¿Te pica? ¡Pero hombre! ¡Vaya orejas que tienes más grandes!
¡Y qué rabo! ¡A ver! ¡Hombre no te enfades! ,si no quieres que te toque el rabo, no te lo tocaré. ¿Tampoco quieres que te coja la cabeza con las manos, ni que te las pase por el lomo? Ah, ¿eso sí? Ya veo que eso te gusta.
“Pipo”, ¿cuántos lobos has matado? Supongo que habrás salvado niños antes de que muriesen ahogados, ¿No?; porque tú eres un perro valiente. ¿A que sí?.”Pipo”, cuando yo sea mayor como tú eres ahora, quiero ser valiente y saber mucho, como esos hombres que escriben libros.”Pipo”, yo ya he leído cuentos. Sé, uno de un niño malo. ¿Quieres que te lo cuente?
Escucha:”Le ató las patas a un pobre burro, sólo para reírse de él; pero el burro al dar el salto, sin querer le aplastó un dedo.
Luego, le metió un palo grande entre las patas. El burro se esforzaba y sufría, hasta que consiguió soltarlo. Entonces el palo se le disparó a la cara del niño malo, dejándosela del color de los negritos, y eso por hacer el mal. No es verdad,”Pipo”.
¡ Tengo mucho sueño! ¡Vamos a dormir otra vez!
Dani se dejó caer en el sillón nuevamente, y el sueño se apoderó de él.
“Pipo” le hizo compañía algún tiempo, y hasta se durmió, pero al amanecer, la necesidad lo llevó a la calle. Cuando se marchaba, dirigió una mirada a Dani, acompañada de un bosquejo de despedida.



Nace un nuevo día para Dani . Uno más que sumar a la cuenta de los que ya ha vivido .El amanecer iluminó el ámbito de la habitación que le había servido de dormitorio, abriéndole los ojos. Se quitó la chaqueta, dejándola en el sitio en que había dormido, y abandonó el colegio por la misma puerta por la que había entrado.
Dani había descansado bien aquella noche, pero el hambre estrujaba implacablemente su flojo estómago. Cuando se encontró en la calle, la ciudad soltaba su pereza nocturna. Aquel día sería muy importante para él, como lo fueron las cosas que le acontecieron. Caminaba sin saber a dónde lo llevarían sus pasos. Deseaba comer, pues el hambre que sentía casi no le dejaba pensar en su madre. Pero tuvo suerte, porque encontró al paso una churrería en la que había una bandeja, con churros gruesos. Exclamó:”¡Cuántos churros!”.Sin que aquello se explique, no había nadie en el establecimiento y en aquella ocasión la debilidad le llevó a llenar las manos del apetitoso desayuno. Luego continuó andando, mientras consumía el sabroso manjar, tomando uno de la derecha y otro de la izquierda. Así dio fin a su inesperado almuerzo y, sintiéndose mejor, continuó su camino con nuevas fuerzas dentro de él.
Ya estaba el sol alto cuando Dani se dirigía a un parque tranquilo situado en una zona céntrica de la ciudad. En este parque, había gran cantidad de árboles. Algunos asombraban por su frondosidad. También abundaban allí los jardines, cuidados con esmero, y asientos de piedra diseminados por todas partes.
En el centro del parque había una fuente de piedra con artísticas figuras, en bajo relieve, donde el niño bebió un agua con un ligero sabor a cloro. Y, ¡arena, mucha arena colocada en montoncillos, como si fueran dunas, a las que los niños que acudían a jugar se acercaban con verdadera emoción.!
En aquel sitio acogedor, Dani se detiene bastante tiempo. Pero la soledad le invade su corazón de niño. Hay algo que le envuelve y aprisiona. Por eso lucha su voluntad, que intenta romper aquel cerco y liberarse.
En un extremo del parque, se encuentra un anciano que lee el periódico de la mañana. Este hombre es un buen sujeto. Está jubilado y ha sido funcionario, habiendo quemado las largas horas de su vida en una total entrega a su vida profesional, y a la familia. Amante de los niños, por su vejez se considera un niño más. Le gusta mucho el parque, al que conoce palmo a palmo. A veces detiene su lectura para que sus ojos lo contemplen. Disfruta como nadie de la apacibilidad de su sombra, y de la hermosura y perfume de sus flores.
La mirada del anciano se fija en el niño, que juega con la arena. Le sorprende la soledad que lo rodea. Piensa:”no lo acompaña nadie”.Lo observa con calma y se impresiona más:
“Juega él solo”. ”Ninguna persona hay a su cuidado”. Lo nota muy extraño. Ve cómo tiende a esconderse y a huir. De vez en cuando, se oculta detrás de los arbustos y bancos del parque.
Dani siente cómo la sociedad, si no lo hostiga, tampoco lo acoge. Pero el anciano intuye la situación del niño, y como si quisiera prestarle el calor de su compañía, busca otro asiento más próximo, pero no demasiado para no intimidarlo. Desde allí lo observa mejor. Entonces tuvo la certeza de que aquel niño estaba rodeado de misterio.
Pasó por allí un matrimonio con su hijo, conocido del anciano y cambiaron unas palabras de saludo. Los dos niños se miraron abiertamente y ello bastó para que se inclinara su voluntad a jugar juntos. Pero apenas el otro niño se hubo detenido, el padre elevó la voz para llamarlo:
-Vamos, hijo, que se hace tarde. Y la madre:
-Javier, no te pares a jugar, que no llegamos a casa de tu abuela.
Ante aquella insistencia, el muchacho, a regañadientes se marchó con ellos, quedando a Dani sumido en un gran desconsuelo, cuando ya creía haber encontrado un amigo. El jubilado, por su parte, iba recogiendo en su interior todas aquellas cosas que habían despertado en él un interés inusitado hacia el niño, por el que ya empezaba a sentir honda compasión. Fue entonces cuando, movido por aquella inquietud buscó el modo de ayudarle y ofrecerle su amistad.
La figura infantil de Dani se iba agigantando en la mente del viejo y traía a su memoria el recuerdo de un meto suyo, muerto cuatro años antes, al que amaba con gran ternura.
El anciano leía el periódico aparentemente, pero su atención estaba prendida de los movimientos y evoluciones del chiquillo. Y empezó a pensar cómo pondría en práctica algunas ideas que bullían en su cabeza.
El deseaba acercarse al niño, pero ¿cómo podría hacerlo? ¿No se asustaría e intentaría huir? Entonces se acordó de que tenía en el bolsillo algunos caramelos. Los cogió con la mano derecha, y cuando Dani estaba de espaldas a él, los tiró, formando un reguero entre los dos. El niño, que vio la primera golosina, y la segunda, se precipitó sobre ellas, recogiéndolas del suelo. Cuando tomó en sus manos el último caramelo, ya estaba junto al anciano .Este le miraba gozoso y satisfecho porque había acertado con la estratagema. Fue el momento en que los ojos de ambos se encontraron y se comprendieron.
Dani tenía en sus manos suficientes caramelos como para sentirse feliz. Pero, ¡qué pequeño era aquello que tenía y qué grande, lo que le faltaba!
-¡Caramba, cuántos caramelos!-dijo el anciano.
-¿Quieres? Toma, estaban ahí-contestó el niño.
Y los mostraba en sus pequeñas manos, que vaciaron aquellas golosinas en las grandes manos del viejo. A éste le invadió el entusiasmo:”¡A mí me gustan mucho los caramelos! A mí también”, agregó el niño. Este acontecimiento rompió el silencio y empezaron a hablar, mientras le devolvía los caramelos.
-Oye, mira, yo quiero mucho a los niños y me encanta jugar con ellos y contarles cuentos, así pues, si te agrada, puedo jugar contigo y contarte alguno.
-Si, sí, cuéntame un cuento; mi madre también me cuenta cuentos.
-Pues allá va, escucha:
“Había dos niños que eran amigos; uno era egoísta y otro generoso. Un día fueron a jugar juntos. El egoísta llevaba treinta pesetas para sus caprichos, y el generoso, sólo dos pesetitas para chicle. En el camino se encontraron a un pobre mendigo que les pidió algo para comer, porque tenía hambre.
Entonces el niño generoso, movido a compasión le dijo: Mira, sólo tengo dos pesetas, tómalas. En cambio, el egoísta se expreso así: ”Yo no tengo nada; lo siento; para otra vez”. Con lo que demostró que además de egoísta, era mentiroso.
Pero sucedió que aquel hombre era un sabio que conocía los corazones de los niños y que tenía una gran fortuna. Por eso, luego se dirigió a los niños con estas palabras: ”Toma niño, como premio a tu generosidad, quiero regalarte esta caja repleta de juguetes. En cambio a ti, dijo al otro, por tu egoísmo y por haber mentido, verás tus monedas convertidas en pulgas, que te picarán para que tengas que rascarte hasta que seas bueno”.
Dicho esto, se despidió con mucha cortesía.
Ellos se fueron a un sitio apartado y tranquilo, donde el niño generoso mostraba los preciosos juguetes con que había sido premiado, mientras el egoísta se rascaba sin cesar porque no soportaba las picaduras de las pulgas. Pero este niño ya estaba arrepentido. A fuerza de rascarse se hizo bueno y le volvieron las monedas al bolsillo. Entonces empleó las treinta pesetas en golosinas, y las repartió entre los niños conocidos”.
Y aquí se acabo el cuento, en el que como ves cada uno recibió su merecido.
-Claro los niños tienen que compartir las cosas que tengan con los demás. ¿Verdad? interrumpió Dani.
-Sí, los niños tienen que ser buenos y compadecerse de los otros niños que no tienen tantas cosas como ellos. Y compartirlas, a fin de que haya alegría para todos.
Y ahora que el cuento se acabó, ¿quieres que juegue contigo?
-Sí, vamos a jugar a hacer caminos.
-De acuerdo; mira, yo te los señalo con el bastón y tú los cubres con arena, ¿quieres?
-¡Si, hala!
-Aquí hay una gran ciudad, y en esta otra parte, un campo de fútbol. Ahora trazaré una carretera para ir de un sitio a otro, ¿te parece bien?
-Sí, me parece bien.
La amistad surgida con el anciano había hecho desaparecer de momento, en la cabeza de Dani, la preocupación por su madre. Y se entregaba al juego con toda alegría y espontaneidad. En cambio, para el anciano era un pretexto todo aquello, y sólo quería conocer la verdadera situación y suerte del chiquillo, porque intuía que en la vida de aquel niño había algo apasionante. Le estremecía él pensar que estuviera solo en el mundo, y quiso saber el motivo por el que estaba allí, así como el paradero de sus padres.
De pronto recordó la noticia del niño perdido por la ciudad y empezó a dominarle el temor de que aquel niño fuera Dani.
-Oye, no me has dicho tu nombre-le dijo.
-Me llamo Dani-contestó él.
-Y tus padres, ¿dónde están?
-Me han dicho que han ido a un viaje muy largo. Yo estoy buscando a mi madre y no la encuentro.
-Yo tenía un nieto, y también se ha ido a un largo viaje. Tal vez estén en la misma ciudad. En cuanto a tu madre, no pierdas la esperanza de encontrarla. Pero ahora, pienso que es la hora de comer, y que sentirás hambre.
-Sí, tengo hambre.
-Escucha Dani: quiero que vengas a comer conmigo, si no te importa .Y como premio al buen chico que eres, te regalaré un montón de juguetes. ¿De acuerdo?
Dani vacila un poco, pero luego, decidido como es, asiente.
-Bueno.
El anciano insiste.
“¡Anda, hombre, dame la mano y vámonos.”
El niño le dio la mano y ambos se dirigieron a casa.
En el camino encontraron un kiosco donde compraron un tebeo, cuyas historietas hicieron las delicias de Dani.
Al llegar a casa, por indicación del anciano, se sentó en una silla, que era la que ocupaba su nieto cuatro años antes.
-Quédate viendo el cuento-le dijo-, ahora vengo.



El anciano fue a ver a su hija que estaba atareada en la preparación de la comida. Mientras llegaba al punto de cocción, se había sentado abstraída, con mirada perdida en su interior. De tal modo estaba ensimismada, que no se dio cuenta de que habían llegado a casa dos personas. El padre contempla su actitud y la comprende.
-Pero Clara, hija, por favor, ¿hasta cuando vamos a seguir con esta tristeza? ¿Todavía
pensando en tu hijo? ¿Hace cuantos años que murió Jorge?
-Padre, a un hijo que se muere, el corazón de la madre no lo olvida nunca.
-Pero una cosa es el recuerdo, y otra la obsesión que te va a arrebatar la salud.
-No lo creéis, desde que murió mi hijo siento que me duelen todos los huesos; hasta las paredes de la casa parece que lloran conmigo.
-Ya va siendo hora de que olvides y pienses en vivir.
-Eso quisiera, pero no puedo.
-Te voy a dar una noticia que quizá se lleve el dolor de tus huesos y llene de alegría todas las paredes de este hogar.
-¿Qué noticia es esa? Si es portadora de gozo, dímela pronto, para que se me quite la impaciencia que tengo.
-¿Recuerdas a Dani, ese chico evadido del orfanato y de la comisaría, que anduvo ayer perdido por la ciudad? ¿Ese muchacho que ya es popular, porque lo conoce todo el mundo?
-Sí, claro, a lo largo de todo el día mi ánimo estuvo inquieto por la suerte de este niño, y en mi interior se libró una lucha entre ese oleaje de emociones que iba del corazón a la garganta Al pensar en él, sentían algo hondísimo e inexplicable, como si viera a mi propio hijo por ahí; él solo, buscando su gran amor. Te aseguro que daría mi vida para que a ese niño no le aconteciera ninguna desgracia.
-Pues hija, por si te sirve de alegría te diré que ese niño está en tu propia casa.
-¿Cómo, en mi casa, padre? ¿Que Dani está en mi casa?
-Pues claro, en el cuarto de Jorge, donde te espera para saludarte. El parque nos reunió a los dos, haciéndonos buenos amigos. Y como tenía hambre, el pobre chico, me lo he traído para que comiera con nosotros.
-Has hecho bien en traerle a comer a casa.
-Este niño me ha hecho pensar en muchas cosas. Quizá también a ti te suscite alguna idea que cambie tu vida.
-Ahora no quiero pensar en nada; quiero verlo enseguida.
Padre e hija entraron presurosos donde estaba Dani. En esta ocasión no se había evadido, pues algo le decía que en aquella casa encontraría calor de hogar. Cuando Clara tuvo ante ella la figura atractiva y amable de Dani, se clavaron sus ojos en ella y llegó a considerar que había hallado un tesoro.
-¡Hola Dani! -le dijo, poniendo en aquellas dos palabras todo el caudal de ternura contenido por mucho tiempo, de mujer y de madre.
-¡Hola!-contesto-, ¿me conoces?
-Pues claro, hijo.
-¡Me has llamado hijo! Desde que se fue mi madre, nadie me había vuelto a decir hijo. Yo no puedo vivir sin madre, por eso la busco.
-Oye Dani, ¿quieres que yo te encuentre una madre?
-Si, yo quiero tener madre.
-Mira, como eres un niño bueno y la has buscado tanto, te prometo que te daré una madre.
-¿Una madre como la mía?
-Sí, como la tuya.
En aquel momento suena el timbre de la puerta, que anuncia la llegada del marido de Clara.
-Tu marido-le dijo su padre.
-Sí, voy a recibirlo, quédate con Dani y mímalo.
El padre asiente con la cabeza; luego se abrió una animada charla entre los dos.



Clara abre la puerta y recibe a su marido con dulce sonrisa.
-Hola Jorge,-le dijo, acercándole el rostro, que él besó.
-Hola, te veo contenta y siento un ruido extraño en esta casa, siempre tan silenciosa. O ¿me lo ha parecido?,-contestó él.
-No te lo ha parecido, Jorge, sino que has oído perfectamente. Es que ha puesto un ángel los pies en tu casa, del que esperamos mucha alegría para nosotros.
-¿Qué dices, Clara?
-Lo que oyes. Sabes que en esta casa había muerto la alegría; pues en estos momentos la siento renacer.
-¿Quieres explicarme qué es lo que pasa aquí?
-No pasa nada Jorge, sino que Dani, el huérfano que busca a su madre, está aquí en casa. Mi padre se ha encontrado con él en el parque y lo ha traído.
-¿Como, ese niño está en casa? ¿Habrás avisado al orfanato o a la policía?
- No, no he avisado a nadie.
-Pues creo que era lo procedente.
-¿Por qué había de hacerlo? Dani, aunque sea un niño, es dueño de su vida y de su libertad. Él no quiere estar en el orfanato; si no encuentra a su madre, se inventa una.
-No sé que te propones. ¡Quisiera leer tus pensamientos!
-Pues no corras a comunicar nada.
-Te equivocas, porque voy a llamar ahora mismo para que vengan a buscarlo. ¿No crees que es nuestro deber? ¿Por qué hemos de retener nosotros a ese niño?
-Mira Jorge, es algo que te lo pediría de rodillas: espera, ¡quiero que me comprendas! Por el niño no sufre nadie. La preocupación por encontrarlo obedece a normas civiles y sociales establecidas, ¡A nada más! Deja que podamos agasajarlo un poco solamente; que coma con nosotros porque tiene hambre, y que descanse tranquilo esta noche en una cama blanda, sin zozobras ni sobresaltos. Mañana será otro día, y quizá nos traiga grandes cosas. Cada día trae un mensaje nuevo.
-Sí, trabajo.
-Trabajo, sí, pero también anhelos, esperanzas e ilusiones. Mañana vestiremos al niño con ropa nueva. Tiene rotos los zapatos: lo calzaremos. Luego, si quieres llamamos para que vengan a buscarlo.
-Pienso, Clara, que tal vez tengas razón, y en esta ocasión quiero complacerte. Por tanto se hará como tu quieras. Pero ahora, déjame que quiero ver a Dani.



Jorge no esperaba encontrar aquel niño tan resuelto y decidido. Cuando lo vio se quedó pasmado de su soltura y naturalidad. No había en él encogimientos ni timideces, y se comportaba cual si hubiera vivido en aquel ambiente familiar los pocos años que contaba.
A Jorge le asaltó una idea que ya había visitado la cabeza de Clara y la de su padre, pero nada dijo sobre ella. Entre tanto saludó al niño con mucha simpatía.
-Hola Dani.
-Hola -contestó el niño.
-¿Te encuentras bien aquí?- Le preguntó.
-Si, muy bien -contestó Dani.
-Bueno, creo que ya conoces a todos los que vivimos en esta casa. Como sospecho que te devorará el hambre, vamos a comer y así acabarás con ella. ¿Te gustan las patatas fritas o no?
-Sí, mucho.
-¿Y un huevo frito, calentito y blando.
-Más todavía.
-Pues ... ¡al ataque!.
Entonces se trasladaron al comedor, sentándose a la mesa. A un lado tomó asiento el matrimonio; al otro estaban el anciano y el niño.
Rompió el silencio Jorge que estaba deseando conocer los pensamientos de Dani, así como todo lo que bullía en su interior.
-Bueno, vamos a ver. ¿Dónde has dormido esta noche?.
-En un casa muy grande. Había una butaca blanda, y me acosté allí. También, un perro grandote, que se llamaba “Pipo”; le gustaba que le pasara la mano por el lomo.
Entre tanto, Clara iba colocando con amor, sobre la mesa, aquellos alimentos que con amor había condimentado. Y observaba cómo resplandecían los rostros de todos, a la vista de los platos exquisitos, preparados por ella, mientras saciaban su apetito.
Durante la comida, los esposos dirigían sus miradas a Dani, y luego las cruzaban entre ellos, intercambiando inteligencia y comprensión.
En un instante recorrieron con su memoria el tiempo que llevaban casados, desde los primeros rubores de su amor cuando se conocieron, hasta llegar a saborear el fruto de su unión y el dolor de haberlo perdido. El recuerdo de Jorge, su hijo, es algo que llevaban los dos grabado muy adentro: Por otra parte la presencia de Dani avivaba en su memoria aquel recuerdo.
Terminada la comida el anciano se dirige al niño.
-Bueno, qué, ¿estás dispuesto a venir conmigo al parque otra vez esta tarde? Si vienes te invito a merendar. Te comprare una “pantera rosa”
-¿Y me contarás un cuento?
-Sí, hombre.
-¿Me lo prometes?
-Prometido. Pero antes veremos los dibujos animados de la “Tele”. ¿Quieres?.”
-Sí, vamos a verlos.
A Jorge le esperaba el trabajo, por lo que se despidió de todos, y advirtió a Dani que lo vería a la vuelta.
Clara se ocupaba de retirar todo de la mesa y fregar. Mientras ponía orden en la cocina y el comedor, su corazón rebosaba de gozo. Era un gozo nuevo que se levantaba sobre su propio abatimiento, ayudándole a superar la pena que le invadía hacía tiempo.
El anciano elevó la voz para hablar con su hija:”Clara, me voy con Dani a dar una vuelta. Iremos al parque para jugar un rato”.Pero ella acudió a la puerta para despedirle. Se inclinó ante el niño y le preguntó:
-¿Te han gustado los dibujos animados?
Una amplia sonrisa iluminó el rostro de Dani, mientras decía:
-Sí, han sido muy bonitos.
-Me alegro, hijo -dijo Clara, dándole un beso; vete con el abuelo y volved pronto, que os estaré esperando.
Y, sin más, se marcharon.



Cuando Clara se quedó sola, encontró en el silencio y sosiego de la casa el ambiente y el momento propicios para reflexionar sobre el asunto que tanto preocupaba a la familia:
Dani. Y brotaron de su despejada mente ideas claras y anhelos placenteros que se alojaron en su corazón.
Entre tanto, el anciano y el niño avanzaban hacia el tranquilo parque. En aquellos dos seres había un punto común que los unía: su impotencia. Sin que se dieran cuenta, coincidían en aquella encrucijada de la vida donde se daban cita dos mundos distintos. Dani se asomaba a un valle de ensueño y tentación, cargado de promesas y esperanzas. En cambio el anciano se sentía abrumado por el peso del recuerdo y la nostalgia. Recordaba las cosas que había dejado atrás y que fueron depositando en su espíritu un sedimento, mezcla de dulzura y de amargor.
Dani era una verdadera promesa. Sus ojos grandes, azules y vivaces como un cielo abierto, eran el objetivo que captaría las maravillas que la vida pusiera en su camino. El anciano, sabedor de tantas cosas, personificaba la bondad y la comprensión. Por eso comprendía al niño, que inocentemente, iba en pos de las ansias de su corazón.
La solicitud del jubilado se esforzó por hacer pasar a Dani una tarde agradable. Ni por un momento le invadió al niño el aburrimiento. Al contrario, entre cuentos y juegos se le pasó el tiempo como un soplo.
Ambos se entendían bien. La mente del anciano se hacía pequeña como de niño cuando jugaba con él, en cambio se elevaba a gran altura cuando lo deleitaba con aquellos cuentos ingeniosos.
Clara se afanaba en dejar la casa limpia y ordenada, en especial el cuarto de Dani, donde volcó su pasión femenina y maternal. Se gozaba contemplando el cuarto una y otra vez, respirando orden y limpieza, porque ella, hasta perfumó la habitación para que el niño estuviera a gusto.
Llegó su marido y enseguida surgió el tema obligado de Dani.
-Clara, he pensado mucho sobre el niño toda la tarde.
-A mi también me ha dominado el mismo pensamiento.
-Es que ahora recae sobre nosotros una gran responsabilidad,-indicó Jorge-, porque está en nuestras manos la posibilidad de retener al niño o de entregarlo. Sabes que Dani se siente incómodo en el orfanato, y en casa de la tía no quiere estar, porque ella no le da cariño maternal.
-Dices bien, Jorge, que está en nuestras manos retenerlo, supuestos los oportunos trámites legales, o entregarlo, que es lo mas fácil. Yo, no quisiera, por nada del mundo ver alejarse de nuestra casa este niño que ha llegado a ella como angelito llovido del cielo. Sufriría muchísimo. Por eso me gustaría sugerirte algo relacionado con una idea, por mí muy meditada y sentida. Y le he pedido a Dios que nos ilumine en la decisión que hemos de tomar.
-¿Qué es lo que tanto has meditado?
-Adoptar a Dani por hijo nuestro. ¿Qué te parece, Jorge? Se trata de una vida a la que podemos acoger y dar bienestar. Es la formación de una persona, la que está a nuestro alcance. Creo que no podíamos tener entre manos nada más importante.
-¿Qué quieres que te diga? Que si tomamos esta decisión, suponiendo que Dani dé su conformidad, recae sobre nosotros un grave deber. Ya sé que las grandes resoluciones implican serias obligaciones. En fin, si lo has meditado sin prisas y estás dispuesta a coronar la obra, sin medir ni pesar sacrificios, por complacerte, accederé.
-O sea, que estás de acuerdo conmigo en adoptar al niño. ¿No es eso Jorge?
-Sí, sí, estoy de acuerdo.
-¡Gracias!, me das la mayor alegría de mi vida.
Apenas habían salido de sus labios aquellas palabras alborozadas, cuando llegó el anciano seguido de Dani.
-Bueno, ya estamos aquí. Venimos contentos y hambrientos -dijo el jubilado- ¡Ah, sí, ¿tienes mucha hambre?-interrumpió Clara.
-!Mucha, mucha hambre!
-Ya verás, ahora mismo preparo merienda para todos. ¿Me quieres ayudar tú?
-Sí, yo te ayudo.
-Pues ven conmigo.
Jorge se quedó hablando con el padre de Clara.
-Quería decirle, que Clara y yo, de común acuerdo, hemos decidido adoptar a Dani, para que se quede con nosotros. Se lo digo para saber si usted aprueba la decisión, ya que todos tenemos que convivir en esta casa, y la formación del chico ha de ser obra de todos.
-Jorge, debo decirte que es para mí la más grata sorpresa. Os aplaudo y felicito por vuestra resolución. Yo, que soy el que más ha conocido a Dani, creo que no podría verle marchar sin estremecerse de pena. Por mi parte, gustoso os ayudaré el poco tiempo que me quede de vida; así, cuando yo me vaya, no os quedáis solos.
La voz de Clara cortó el diálogo:
-Vamos, en el comedor espera la cena.
-Dice Clara que vayamos a cenar -comentó Dani.
-Enseguida vamos -contestaron ellos. Y se fueron.
Seguidamente unos suculentos emparedados, reunieron a todos en torno a la mesa y con los que quedaron saciados.
Durante el breve tiempo que duró la cena, el niño era el centro de observación de todos, especialmente de Clara que estudiaba atenta todos sus movimientos y reacciones. Sentía necesidad de conocer aquel niño, al que pensaba hacer hijo suyo. Por otra parte miraba su interior, como si intentara medir sus fuerzas. Porque. . . ,¿sería ella capaz de llevar a cabo la empresa? Su disposición le parecía buena, pero, ¿cual sería su espíritu de entrega? ¿Llegaría ella a llenar como madre las aspiraciones y anhelos del pequeño? Estas preguntas que se hacía a sí misma y en silencio, tendrían en el tiempo la respuesta.
Después de la cena se reunieron todos en el cuarto de Dani, como queriendo dar, al acto que iban a celebrar, un tono solemne. Los dos hombres estaban de pie. Clara se sentó, y poniendo al niño sobre sus rodillas, habló de esta manera:
-¡Oye, Dani, hijo!, ¡hemos pensado que te quedes con nosotros!. ¡Queremos ser tus padres! .Tú, ¿qué dices? ¿Quieres ser nuestro hijo?
Dani, como si se diera cuenta de que iba a dar un paso importante, se concentró profundamente y luego contestó:
-Yo si quiero ,pero . . . ¿y cuando vengan mis padres?
-Hasta que vengan tus padres, ¿quieres vivir con nosotros? Te daremos todo cuanto tenemos. Y todo nuestro cariño. Pero si no quieres quedarte con nosotros, nos lo dices ahora y te llevamos adonde tú quieras.
-Sí, quiero vivir y estar con vosotros.
Entonces Clara abrió sus brazos para acoger al niño, en una acción profundamente humana. Dani, por su parte buscó en ellos refugio seguro, porque intuía que allí lo encontraría y no se engañaba.



Jorge llevó a cabo las acciones legales para la adopción de Dani, que encontró así el gran amor de su vida.