lunes, 1 de enero de 2007

La fuerza del amor

Marisa y Ernesto eran compañeros de estudio en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Salamanca. Ambos seguían el mismo curso. En aquel momento salieron de la clase para dirigirse a la Plaza Mayor, donde sostuvieron este diálogo:
-Marisa, ¿qué te pasa para que no puedas salir conmigo? ¡No me hagas sufrir más! ¿Es que no ves que no puedo vivir sin tu amor? ¡Anda, vamos!; demos un paseo por San Vicente. Vayamos hasta el río. Por allí podemos respirar el aire puro y extender la vista sobre el paisaje. Tengo que contarte muchas cosas. Hablaremos de nosotros y de lo que vivimos en este momento.
-Mira Ernesto, te agradezco el detalle de que te hayas fijado en mi persona, pero pienso que tus ojos se habrán detenido en otras muchas, y que no será tanto tu cariño, como para que te mueras de pena si no tienes el mío. Mi corazón se siente acorralado por el asedio de tus palabras, que lo zarandean una y otra vez, pero él se siente libre, como un pájaro. ¡Todavía no quiere someterse! ¡Quiere volar! ¡Quiere vivir! ¡Quiere soñar!

-Marisa, por favor, atiende a mis razonamientos. También yo quiero levantar el vuelo de mi mente, hacia lo más alto, ¡y vivir la vida!, ¡y soñar!, ¡y ser libre! Pero mi libertad consiste en poder entregar mi amor a quien quiero y me da la gana. ¡Y yo te quiero a ti! ¿No lo entiendes?
-Escucha Ernesto: veo que te ha entrado a ti muy de repente y con mucho calor, pero debo hacerte conocer que yo no tengo prisa; que todavía no he llegado a la zona templada, y que si no cambio no hay nada que hacer. Aun no he elegido a mi príncipe azul.
Marisa se fue para casa y Ernesto se sintió triste y desairado; pues es un noble y sencillo muchacho, de corazón apasionado y soñador, que se ha enamorado locamente de Marisa. Ambos son compañeros de carrera, con un trato diario. Pero ella que es una chica guapa, sincera y abierta, no corresponde al amor de Ernesto. Esta realidad es el problema del muchacho, que va aumentando en su mente hasta convertirse en su personal tragedia.
A Marisa le agrada mucho la figura elegante de Alberto y le emociona el calor de sus palabras. Ella quisiera hacerlo suyo, ya que siente la vocación al matrimonio. Sin embargo hay algo en su interior que no acepta a Ernesto. El chico no es su ideal masculino. Marisa descubre en la vida del muchacho algo que no encaja en su propios sentimientos. Es un punto oscuro que dificulta la intimidad.
Ella que lo ve todo tan claro! : Dios arriba, dominando todo con amor, y aquí nosotros, esperando en El. Pues, ¡no señor!: Alberto no ve ni lo uno ni lo otro. No tiene, ni aquella fe, ni esta esperanza. Así no se va a ninguna parte. Sin embargo, ¡qué no daría ella por cambiarlo! Bien quisiera sacarlo del bosque de sombras en que se encuentra y ponerlo en la cumbre donde luce el sol; esa luz que invita a un amor fraternal y a que impere la misma justicia para todos. Así ve y siente ella la vida.

Ernesto abandonó el monumental recinto por el arco que se abre al Prior, cuando ya caía la tarde y se dormía el aire. Tenía en la cabeza un verdadero barullo de ideas y de preocupaciones. Su mente no se aclaraba, estaba inmersa en el mar profundo de un gran confusionismo.
En el fondo, nuestro protagonista era una persona muy egoísta. Para él solamente contaba su yo, y siempre se creía acreedor a las atenciones de todos: el centro de su vida y de la ajena. Por eso no podía soportar el ser rechazado por Marisa.
Se dirigió a su casa, pero no sabía lo que iba a hacer, porque estaba sumido en sus preocupaciones, encerrado en su mundo. Caminaba absorto, por lo que no veía a nadie de cuantos pasaban a su lado. Solo le preocupaba la angustiosa situación que estaba viviendo. Por eso cuando llegó a su casa, se metió en su habitación y siguió dando vueltas al asunto en su embarullada cabeza. Presa de una verdadera obsesión, volvía sobre sus ideas una y otra vez, sin lograr serenarse para poder ver las cosas a través de una óptica razonable.
Por mucho que discurría, Ernesto siempre llegaba a la misma conclusión: él no podía vivir sin Marisa, y sin embargo ella le había negado su amor. Esta realidad le había llevado a la más espantosa desesperación. Pensaba que sin Marisa no merecía la pena la vida, y que al verle cabizbajo y deprimido, sus amigos se burlarían de él, eso lo llenaba de angustia. No veía salida por ninguna parte, porque él no quería a ninguna otra muchacha. ¡Tenía que ser Marisa!

Y empezó a concebir la idea de acabar con aquella situación, suprimiendo su vida. Sí, él estaba dispuesto a suicidarse. No quería ver más a Marisa. ¡Y no digamos verla con otro!; ¡eso no lo podría soportar! Y comenzó a hacer planes sobre la forma de irse de este mundo. Comprendía que era una decisión desesperada, pero a él no le gustaban las medias tintas, o compartía la vida con Marisa o se quitaba del medio. Estuvo bastante tiempo deliberando cuándo, dónde y cómo llevaría a cabo la trágica resolución. Al fin decidió llevar el coche de su padre, carretera adelante, hasta donde se cansara: siempre encontraría algún río, u otro medio para el suicidio. Sería una forma fácil. Y con esta disposición puso manos a la obra: cogió las llaves del coche, se fue al garaje y ya en la carretera, enfiló camino del río, el Paseo de San Vicente.
En principio, salió despacio, temeroso ante la decisión que pensaba tomar, pero luego desechó el miedo y apretando el acelerador pasó con toda rapidez frente a la Residencia de Nuestra Señora de la Vega y del Hospital Clínico Universitario.
Atardecía y se oía el rumor del Tormes, que bajaba manso y tranquilo. Ernesto no traspasó el puente, sino que se quedó del lado de la ciudad, frente a la Peña Celestina.
Aun no le había dado tiempo a pensar en lo que había de hacer. No se preguntaba si él amaba la vida de verdad, pero era lo cierto que sentía en su interior un firme rechazo hacia lo que le tocaba vivir en aquel momento.

Entonces sucedió algo inesperado. Pues oyó claramente unos gritos desgarradores de una persona, que pedía auxilio con insistencia una y otra vez. Venían de junto al río, de entre los arbustos que crecen por allí. Aquellas voces llamaron a atención del joven, y fueron como un aldabonazo en su conciencia, que le sacó de aquella situación preocupante del momento. Y reaccionó por una fuerza desconocida, que despertó en su alma un ferviente deseo de ayuda y de servicio. Inmediatamente se movilizaron todas las fuerzas nobles que dormían en su interior. Ellas le llamaron a la generosidad, infundiéndole un valor heroico, que lo llevó en el acto al lugar de la tragedia.
Allí vio a una joven, con las ropas destrozadas y magulladas sus carnes, que se deshacía esforzadamente para defenderse del acoso brutal de un muchacho de su edad. Era una lucha agotadora y desigual, por lo que la muchacha clamaba ayuda para que la salvaran de una rendición total.
Ante aquella situación de abuso e injusticia, Ernesto no dudó en poner el hecho salvaje en conocimiento de la policía. Utilizando el teléfono móvil que llevaba, habló con un agente y le informó de cuanto acontecía a la orilla del río. El policía le agradeció su llamada y le rogó que prestara la ayuda que pudiera a la joven, mientras los agentes llegaban al lugar del suceso.
Ernesto se acercó a la pareja e increpó al muchacho:
- Oye, ¿cómo puedes tratar así a una mujer?. ¡Contrólate! ¡Deja quietas tus manos, o te las verás conmigo!.
- ¿A ti que te importa todo esto?, - replicó el otro.

- Sí me importa, porque ella es una mujer a la que tú estás maltratando. Ahora quiero oirla a ella para que me diga el porqué de esta penosa escena. La joven se acercó a Ernesto buscando protección, después explicó:
-Apenas nos conocemos; es la primera vez que salgo con él y se ha comportado como un salvaje; peor que un animal. Me ha traído aquí para violarme, en lo que ha puesto toda su brutalidad. Me ha destrozado mis vestidos, llenando mi cuerpo de golpes terribles. No quiero saber nada de él. ¿Cómo puede aspirar a compartir la vida con una mujer a la que no respeta? Tú eres el ángel de la guarda, que me ha salvado. Te agradecería mucho que me llevaras a mi casa, pues no puedo sostenerme en pie.
- Aunque de ángel no tengo nada- contestó Ernesto-, puede ser que Dios me haya traído aquí para ayudarte. No te preocupes porque yo te llevaré a tu casa.
Entonces el muchacho, en un tono fanfarrón y agresivo, dijo a la joven:
- ¡A ti no te lleva nadie a ningún sitio!
- A esta joven, la acompaño yo ahora mismo para que se reúna con su familia- contestó Ernesto con decisión valerosa.
- ¿Por qué te has de meter tú en mi vida?
- En absoluto me he metido en tu vida. Eres demasiado canalla. No merece la pena. Yo solo he acudido a la llamada de una persona que pedía auxilio, porque lo necesitaba, y aquí estoy dispuesto a prestárselo. Y ahora, lárgate si no quieres que te hunda los puños en el estómago.
Ernesto se dirigió al violento, decidido a propinarle una paliza, pero el presunto violador se fue huyendo acobardado.

En aquel momento llegó la policía que detuvo al violador y poniéndole las esposas lo introdujo en el furgón policial. Luego los agentes, identificaron a la joven y al propio Ernesto, que les informó de cuanto había presenciado para que sirviera como testimonio del suceso, en las diligencias que se abrieran sobre el mismo. Luego le rogaron que llevara a la chica a casa de sus padres para que pudiera recibir atención familiar y médica, mientras ellos se llevaron al violador.
A continuación, Ernesto llevó a la joven con la familia en su propio coche, dando por terminada una odisea que ya nunca podría olvidar.
Seguidamente se dirigió a su casa y se encerró en su habitación. No tenía hambre ni sueño. Por eso se dedicó a pensar durante el silencio reposado de la noche, y en medio del sueño, en todo lo que había vivido la tarde anterior. Le daba muchas vueltas a lo sucedido, pero no conseguía encontrar una explicación a todo aquello. ¿Por qué habían sucedido las cosas de aquella manera? El había salido buscando la muerte, decidido a suicidarse, sin embargo no solamente se encontraba salvado y libre de la obsesión suicida que lo dominaba, sino que salvó a otra persona de la muerte. ¿Casualidad? ¿Providencial?. ¿Amor humano?

En su pensamiento, cultivado por sus estudios universitarios, se estaba abriendo una ventana luminosa a la fe y a la esperanza. Sentía en su interior, cómo iba surgiendo de la misma entraña de su ser, otro hombre que se elevaba sobre las antiguas miserias egoístas que estaban en el fondo de su vida. Y mientras acompañaba y protegía a una mujer, en un momento de extrema gravedad y riesgo, en medio de aquella noche, que ahora la veía grandiosa, le parecía que las estrellas del cielo eran los ojos de Dios que lo miraban complacidos.
Ernesto creía estar soñando, pero lo cierto es que a medida que se aligeraba el peso de sus preocupaciones, arribaba a unas regiones de luz que lo henchían de felicidad. Y llegó a comprender que Dios protege a los hombres, a los que ama; más aun, que él es el único Amor verdadero, porque el humano, nunca será desinteresado y siempre estará amasado con una abundante dosis de egoísmo.
La experiencia que Ernesto había vivido a orillas del Tormes, ya no se borraría de su memoria. Cada vez estaba más convencido de que hay una Providencia que vela por los hombres y revela cuánto de positivo y de negativo hay en su corazón.
Ahora empezaba a ver las cosas como Marisa y a pensar como ella:
“ Dios arriba, dominando todo con amor, y aquí nosotros, esperando en Él”. Así pues, experimentó tal cambio en su mentalidad, que no se conocía a sí mismo. Como si un hombre nuevo hubiera surgido dentro de él. Ya no le preocupaba su problema, ni su persona, que estaba aprendiendo a pensar en los demás: como si desde un altozano empezara a ver las cosas con una verdadera claridad. Todo era diferente. Y se consideraba muy importante, porque todos hombres lo eran.
Desde aquella altura, captaba mejor las miserias de la vida y le entraban deseos de barrerlas del corazón humano. Estaba seguro de que todos llevamos dentro de nosotros algo de la divina bondad, pero también egoísmos inconfesables que nacen de los deseos del corazón.

Ahora veía a Marisa como algo grande, y de diferente manera. Aunque la amaba apasionadamente, la quería de otro modo. Le deseaba lo mejor del mundo, pero estaba dispuesto a renunciar a su amor, si ella prefería compartir su vida con otra persona.
Con estos pensamientos su durmió profundamente, para despertar con una gran paz en el alma, dispuesto a amar la historia que estuviera destinada para él, no la que le pidiera su voluntad.
A la mañana siguiente, cuando Ernesto salió a la calle, vio que lucía el sol en los cielos. Y se dirigió a la Plaza Mayor, no sin rumbo fijo, pues quería dar gracias a Dios porque le había salvado la vida, a la vez que le hacía instrumento suyo para liberar a una chica inocente de las manos de un degenerado. Al entrar en el bello recinto, descubrió una paz, que le recordaba la que experimentaba en su interior.
Entonces, apareció Marisa por el otro extremo de la monumental Plaza, sencilla y bella como siempre. Desde lejos se encontraron sus ojos, cargados de luz y de vida. No sabemos qué se comunicaron, lo cierto es que se dirigieron el uno hacia el otro. Marisa recibió a Ernesto con amable sonrisa, como era habitual en ella, mientras él llevaba dentro de sí, ya asimilado, todo el drama vivido la tarde anterior. Se conocían muy bien y cada uno intentaba adivinar el pensamiento del otro. Ernesto contemplaba a Marisa y la veía más guapa y atractiva que nunca. Estaba seguro que era el mejor complemento de su vida que él podía poseer; la compañera que necesitaba para hacer una comunión de vida con él, en mutua entrega, donde cada uno se diera al otro con toda la fuerza del amor.
- Marisa, - dijo Ernesto-, ¡estás preciosa esta mañana! ¿Adónde vas tan de prisa?

- Gracias por el piropo -contestó ella- voy a misa.
- ¿Me permites que te acompañe? -le preguntó él.
Ella le miró con extrañeza, pues sabía que no iba nunca a la iglesia, pero como se sintió complacida le dijo:
- Sí, no me importa; estoy encantada en que vengas conmigo.
-Marisa, quiero que celebres conmigo el acontecimiento más grande de mi vida.
- ¿Acontecimiento?, -preguntó ella.
- Si, esta pasada noche, junto al Tormes he sentido la bondad de Dios. Estoy seguro de ello. Lo he visto en mi mente y en mi vida. Yo lo he encontrado allí, lo que quiere decir que puede estar en cualquier parte si sabemos descubrirlo.
Marisa no salía de su asombro, ni entendía lo que estaba escuchando.
-Ya te lo explicaré después, si no te importa, porque llegaríamos tarde a la misa y quiero dar gracias a Dios por el milagro que ha hecho conmigo.

Ernesto y Marisa entraron en la iglesia de San Martín, el templo más cercano a la Plaza Mayor y participaron devotamente en la Eucaristía. Los dos pidieron al Dios de Jesucristo que se hiciera presente en medio de ellos, impartiendo luz. Luego salieron a la Plaza. Sentados en uno de los bancos, Ernesto contó a Marisa todo lo que había vivido la tarde anterior. Realmente fue un momento de una gran emoción para ambos, pues a Ernesto le había nacido dentro de él un talante con el que quería colaborar. A Marisa, el hecho de empezar a conocer objetiva e interiormente a Ernesto, había despertado en su corazón una normal curiosidad. Y a los dos, la conciliación y la esperanza mutua los hacía felices.
El efecto, fue decisivo para ambos, y a partir de aquel momento se inició una relación amorosa, que llevaba a sus voluntades hacia un acercamiento común. Con estos acontecimientos, empezaron a proyectar sus vidas pensando el uno en el otro. Los dos estaban a punto de terminar sus carreras y pensaban cómo iban a vivir la vida después. De momento estudiaban Filosofía y Letras y ambos colaboraban en una revista literaria trimestral. Ernesto era uno de los colaboradores que se había decidido a editar personalmente un monográfico de la revista.
Amantes de la cultura, los dos eran muy aficionados a leer y a escribir. Como le gustaba la narrativa, decidieron dedicar parte del tiempo libre a escribir para contar historias. Querían llegar a publicar un libro de relatos cortos cada uno; por eso, sin demora empezaron a convertir el deseo en realidad, colaborando en los periódicos locales con alguna frecuencia.
Se pusieron de acuerdo en vivir la vida con amor hacia los demás. Por eso Marisa decidió, desde ese momento, abrirle a Ernesto la puerta de su corazón y de su vida, para compensarle por los desaires que le había hecho durante los últimos meses y demostrarle que correspondía a su amor de muy buen grado.

A partir de entonces, formalizaron sus relaciones de noviazgo y empezaron caminar hacia el matrimonio. Y querían hacerlo al calor de un humanismo sereno y recto, fundamentado en la humildad que es lo verdadero. Sería como un árbol, cuyas ramas sostienen los frutos de la generosidad, que esponja el corazón y ahuyenta el egoísmo. Aspiraban a ser solidarios y comprensivos para contribuir a una feliz convivencia.
Marisa y Ernesto sentían un profundo amor por su Ciudad, Patrimonio de la Humanidad. Les entusiasmaba pasearla, buscando siempre descubrir los encantos más fascinantes en los más emblemáticos rincones. Las filigranas de la piedra les deparaban hallazgos inesperados en lugares recónditos. Salamanca era un manantial inagotable de emotivas sorpresas.
Había llegado el momento de celebrar su enlace matrimonial. A pesar de que siempre lo estaban deseando, les parecía que no iba a llegar nunca, sin embargo ya estaba allí el gozoso día de su boda. Era el hito más luminoso y feliz de su vida, con el que empezaban a compartir tantas cosas de cuanto acontece cada día y cada noche, más aun, de cada momento. Y de llenar de esperanza toda su ilusión, sus ideas de luz y su corazón de amor. Era la hora de empezar a sentirse uno sólo y de asimilar las cosas que vivían. La boda tuvo lugar en La Clerecía, con un aspecto estudiantil y universitario, en el que al protagonismo de los contrayentes, le siguió el de los familiares y profesores. Fue una boda gozosa, llena de pacífica complacencia. El barrio antiguo de la ciudad se vistió con sus mejores galas para el acontecimiento y Ernesto y Marisa arribaron a la vida de matrimonio con una óptima disposición.

Cada día se sentían más compenetrados y más cercanos en su pensamientos, en sus palabras y en sus obras. Terminaron sus estudios y pasaron a ejercer como profesores de español en una escuela para extranjeros, en la que alcanzaron gran prestigio.
Con el porvenir resuelto, la vida les dio un niño y una niña que, con el tiempo fueron grandes escritores, para satisfacción y gozo de sus padres. Recordando el pasado en su interior, Marisa y Ernesto vivían el presente, en un momento en que su vida exultaba con alborozo, al abrigo del cariño que todo lo renueva y vivifica.
Comenzaba entonces la etapa otoñal de su vida, llena de días tranquilos, colmados de reposo, en suma dichosos y felices. Era el tiempo de la jubilación, cuando se liberaban de su trabajo profesional, porque habían llegado los años del descanso. El momento de vivir con la experiencia acumulada a lo largo de la vida y de pensar en llenar el vacío que producía la ausencia de obligaciones, así como la liberación de la crianza y educación de los hijos, que ya formaban nuevas familias.
Pensaron Marisa y Ernesto en salir de Salamanca de vez en cuando, pues se organizaban excursiones y viajes para conocer nuevas tierras y gentes de otras latitudes, donde pudieran enriquecer sus conocimientos y experiencias. Y se decidieron a tomar parte de unas vacaciones de turismo con un grupo de excursionistas para visitar Tierra Santa. Así pues hicieron el viaje en autocar hasta Madrid, donde tomaron el avión, en un vuelo directo a Tel Aviv.

Israel es un país moderno pero con mucha historia, pues ella hunde sus raíces en la lejanía de los siglos. Cuando comenzaron su periplo por aquellas tierras, les llamó la atención la modernidad de los cultivos, sorprendiéndoles el procedimiento del riego por medio del gota a gota, con el que llevaban el agua a las plantas. Ello ponía de relieve la gran preparación y desarrollo de los técnicos y agrónomos de aquel país.
En primer lugar visitaron Jerusalén; allí conocieron la Iglesia del Santo Sepulcro que se asienta sobre el suelo donde murió Jesús. Estuvieron en el Muro de las Lamentaciones, que congrega a los judíos para hacer sus oraciones a Yavhé. También estuvieron en el Templo, centro de la vida espiritual y comercial de aquel pueblo en la antigüedad. Allí admiraron una fortaleza romana construida en tiempos de Herodes. También visitaron una mezquita musulmana que tienen los palestinos para su culto a Alá, y entraron en ella a la usanza árabe, descalzándose por respeto al lugar sagrado.
Marisa y Ernesto iban de asombro en asombro conociendo personas y cosas de aquel mundo tan distante y tan distinto al nuestro. Todo lo querían conocer y no veían satisfecha su curiosidad. Estuvieron en el Huerto de los Olivos y recordaron su historia. No se olvidaron de Betania con la Casa de Marta y María, modernizada y embellecida. Cada día hacían un recorrido fascinante. Conocieron el desierto, pasando por Qunran en cuyas cuevas aparecieron los grandes pergaminos de los monjes Esenios. También estuvieron en el Mar Muerto, en donde no hay posibilidad de vida.

Visitaron Belén y Nazaret, pueblecitos enanos que fueron, hace dos mil aos y que se han convertido en populosas ciudades. Se bañaron en las aguas purificadoras del Jordán y conocieron las fuentes del río, que baja precipitándose hacia al lago Tiberiades. En aquellos aledaños estuvo la casa de Pedro el Apóstol y allí, muy cercano, permanece el Monte de las Bienaventuranzas que habla de multitudes y de grandes milagros.
Por último se trasladaron al Monte Carmelo, donde el profeta Elías dejó a los creyentes su testimonio del mensaje salvador y la semilla del Árbol Familiar Carmelitano. Luego, otra vez Tel Aviv, y el avión que los llevaría a Madrid, para trasladarse en autocar a Salamanca.
El viaje a Israel fue una experiencia inolvidable para el matrimonio porque en él conocieron una historia y una tierra únicas e incomparables. Después hicieron otras excursiones y conocieron nuevas tierras y otras ciudades, algunas bellísimas, llenas de tipismo, pero nunca experimentaron sensaciones espirituales de tanta emoción como en el país de Jesús.
Sin embargo, para ellos la ciudad más bonita era Salamanca, a la que amaban y querían, porque era donde habían nacido y en la que vivían . En ella pensaban terminar los días de sus vidas, que ya habían entrado en la vejez y en ella querían seguir amándose con aquel amor cuya fuerza les había acompañado siempre.