martes, 30 de enero de 2007

Una experiencia singular

Una de las cosas que yo aprendí en mi juventud fue el jugar al ajedrez. Me atraía tanto este juego que corría hacia él tan pronto podía. Porque me parecía que había descubierto en él un mundo nuevo. ¡Tan fantástico, tan cerebral, tan del pensamiento como era! ¡Yo que venía del medio rural: un pueblo perdido por el mapa! Sin embargo, ya entonces me entusiasmaba ejercitar mi pensamiento en este juego tan concentrado.
El ajedrez es un deporte de mesa muy absorbente y posesivo, y quiere todo el tiempo para él, y toda la persona. Esto lo descubrí yo en Madrid cuando me abría a la vida y preparaba mi futuro. Por eso lo dejé; porque necesitaba todo el tiempo para lo esencial de mis aspiraciones.
He de reconocer que nunca fui sobresaliente en este maravilloso y selecto juego, pero tenía gran capacidad de resistencia y tenacidad para no entregarme fácilmente al enemigo. Creo que se me podía considerar como un jugador normal, ni bueno ni malo.
Como digo, me alejé de él y a lo largo de mi vida lo he tenido olvidado. Pero el que rige el destino de los hombres, a veces nos depara experiencias singulares y emotivas. Una de ellas la he vivido yo en estos días. Seguro que ya estáis impacientes porque os la cuente. Pues,¡allá va! ¡Que he tenido un reencuentro maravilloso con el ajedrez, ahora, después de más de cuarenta años de no tocarlo, y cuando menos pensaba en ello.
Esta situación ha surgido cuando he conocido en Salamanca al poeta chileno, don Luis Gustavo Acuña, residente en Alemania hace más de treinta años, con edad parecida a la mía, que ofrecerá a los salmantinos, en el Aula Cultural de la caja Salamanca y Soria, un recital poético musical y la presentación del libro "Páginas Olvidadas", por José Miguel Santolaya Silva.
Una de estas tardes, mientras conversábamos al amor de una terraza y nos contábamos las cuitas de nuestra vida, actividades y proyectos, él amablemente me invitaba a jugar una partida de ajedrez, y me recomendaba que lo practicara, porque era muy conveniente para los que hemos rebasado los setenta.
Yo, que como os decía antes, tengo el hábito de ejercitar el pensamiento, accedí a la invitación, celebrándose la partida en la Cafetería Harmoni de la Plaza de Carmelitas, y no quiero callar que perdió él porque me dijo cómo podía ganar yo. Y como me gusta ver volver a los amigos, emplazo a don Luis para otra partida en su próximo viaje a España. ¡Me entrenaré!.