Los Pastores de Belén fueron los hombres más afortunados de la tierra, por los acontecimientos inauditos que su vida les permitió conocer. Porque no hay nada comparable y tan portentoso como el ver nacer al Hijo de Dios; un Dios, que no encontró delicia mayor para El, que humanizarse en un niño, como cualquiera de los que nacen cada día. Y ver bracear y pernear, llorar y reír, que es la primera manifestación humana, a todo un Señor de la Vida, para los Pastores sería, sin duda, inefable y sobrecogedor.
El Niño Dios quiso formarse del mismo barro de los hombres, en quienes el Padre tiene sus complacencias, viniendo a la vida, en la total precariedad, necesitado de todo como cada niño que nace.
La gran lección de los Pastores es la fe que nos transmiten a los que a través del
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tiempo vamos a creer en ese Niño que nació en Belén. Ellos reciben, del Ángel del Señor, el anuncio del nacimiento "de un salvador, que es Cristo Señor". Oyen esta Palabra, refrendada por " una multitud del ejército celestial", que da gloria a Dios y expresa a los hombres su deseo de paz.
Los Pastores han escuchado la Palabra que Dios les envía por el Ángel, la han acogido y han creído en ella. Y no solamente la han hecho motivo de su fe y vida de su vida, sino que se han puesto en marcha y van abriendo un camino para llegar a ^conocer a su Dios, al que rinden su corazón. Su fe queda confirmada, y regresan, ofreciendo al mundo su testimonio, alabando y glorificando a Dios.
Este ejemplo que nos dan los Pastores, es la mejor invitación a que los creyentes abramos nuestros oídos al mensaje de la Palabra de Dios, y a que la acojamos en nuestro corazón, para que se pueda llenar nuestra vida de la paz, el amor y la alegría que ese Niño, Dios y hombre, nos trajo para todos.
¡¡Felices Navidades!!