martes, 30 de enero de 2007

La tragedia de Biescas

Todavía resuena en nuestros oídos la terrible noticia. Aún está abierta la conmoción que trajo a nuestro ánimo, pues en verdad que la dimensión de la catástrofe ha sido aterradora.
Por eso el triste acontecimiento mueve a una profunda reflexión.
La experiencia mía a cerca de esta tragedia y de otras que he conocido a lo largo de mi vida, es que surge del corazón un sentimiento de conmiseración y solidaridad hacia las víctimas. Después te preguntas; ¿qué puedo yo hacer en este caso, desde la distancia? Y la respuesta es que, realmente nada, o casi nada. Entonces descubres tu debilidad e impotencia.
¡El hombre, que está llamado a dominar la tierra, se siente pequeño e impotente ante un fenómeno semejante de la Naturaleza!.Ciertamente que ella, ya nos tiene acostumbrados a esos exabruptos. Por eso es aconsejable, tener cimentada la vida en roca firme, para mantener la serenidad. Porque, ¿qué puedes hacer en estos casos, si es que no han podido prevenirse ni se puede evitar? Solo rezar por los que han muerto y por los que sienten el vacío de los que se han ido.
Por eso importa mucho estar abiertos a las necesidades de nuestros semejantes, compartir con los demás nuestra vida y ser solidarios con todos, en la medida de nuestras fuerzas, mientras vivimos. A esto nos exhortan estas grandes tragedias, pues el hombre es consciente de que el número de sus días está señalado en el libro de la vida. Yo, que soy rico en años, estoy considerando cómo durante mi infancia la gente moría, habitualmente en su propia cama; ahora muere en la carretera, por accidente de tráfico, o laboral, o por alguna de las muchas violencias de toda índole que nos asaltan.