martes, 30 de enero de 2007

Las tertulias

Estamos viviendo unos tiempos en los que proliferan las tertulias. A todos los niveles y de todos los colores, los grupos de tertulianos abundan en España. Yo mismo formo parte de una tertulia, en nuestra incomparable Salamanca, estando convencido de que hay mucho de positivo en ella.
Pienso que una tertulia tiene mucho de escuela que prepara para la convivencia. En ella se pueden aprender muchas cosas. Pero, para que esto se dé, lo primero que hace falta es una buena materia prima, o sea: tertulianos respetuosos, y un moderador inteligente, que responda a la condición real que lo define: es decir, que sepa transmitir a la tertulia la moderación, y conducirla con una mano suave, pero firme, y, a ser posible, sin perder nunca la calma ni la amabilidad.
Decía que se aprenden muchas cosas en una tertulia. Una de las más importantes, es la de saber escuchar. La escucha se hace en silencio, con los oídos del corazón abiertos al que habla. Normalmente, a todos los hombres y mujeres nos domina el afán de protagonismo, pues es algo innato en la persona humana, que está instalado en nuestro ego y que a todos nos gusta que sea valorado, estimado y admirado, o sea, que a todos nos gusta hablar y que se nos escuche. Y yo sé, que en la tertulia también se aprende a dominar esa tendencia, dejando que hablen los demás.
Toda tertulia responde a una necesidad de comunicarse las personas, por medio de la palabra hablada, para enriquecimiento del espíritu personal y colectivo. Esta comunicación ayuda al ejercicio de la palabra escrita; y doy fe de ello, porque la cultivo, como aquí es evidente.
El moderador de una tertulia, es un poco el alma y el hilo conductor de lo que allí acontece; es el que orienta, corrige, anima, conduce y recoge cuanto hay de enriquecedor en el grupo.
Mi tertulia, no voy a exagerar diciendo que es modélica, porque yo pienso que no hay nada perfecto, como dijera EL PRINCIPITO, en su diálogo con el zorro, pero estoy convencido de que tiene muchas virtudes, y a mí me gustaría cantar sus excelencias. En ella, nadie molesta a nadie, al menos queriendo. Todos nos escuchamos. Nos respetamos. Hablamos con moderación. Pedirnos la palabra, levantando el brazo. Nadie grita.Cada uno se muestra como es, y yo creo que todos somos, más o menos solidarios. Estas pequeñas buenas cualidades, que yo creo no son tan pequeñas, son las que definen mi tertulia.
Quisiera dedicar unas palabras de afecto al moderador de mi tertulia, que bien pudieran ser de felicitación por su conducta hacia los tertulianos, pues sus palabras y su ejemplo nos edifican a todos. El nos ha mostrado cómo hemos de ser tolerantes y solidarios, hablando y dejando hablar a los demás, cualidades que por otra parte nos pide a todos la convivencia humana.
Recientemente, he escuchado algunas tertulias radiofónicas, que se emiten desde la capital de España. Alguna de ellas era un verdadero torbellino de voces. Los tertulianos querían intervenir todos a la vez; sus palabras eran altisonantes y se atropellaban de tal manera, que aquello parecía la guerra; o, si queréis, un gallinero. No había manera de entender nada. Yo lo escuchaba horrorizado, mientras me iba con la mente a mi tertulia, que me parecía un camino normalito, un árbol de apacible y gratificante sombra.
Y me preguntaba: ¿pero es que a estas alturas del siglo XX, hay tertulianos que aun no han aprendido a serlo? O, ¿es que es tan difícil dejar hablar?....¡Que los están oyendo en toda España y quizá desde fuera de ella!
Las tertulias, como todo colectivo, tienen la posibilidad de edificar o de destruir.